Por
Francisco Huneeus.
Conocí
a Don Eduardo -“Eduardo” para los amigos- hace veinte
años cuando llegué de vecino a San Alfonso.
Sentí no haber estado para su despedida oficial,
pero como vivió su últimos años y
partió desde su casa nueva al otro lado del
río, casi al frente de mi casa «La Buena
Armonía», me despedí entonando una
melodía con mi corno apuntando a esa ribera de
enfrente, con la certeza que me escuchaba por entre los
resquicios de las piedras, el río y la montaña.
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Aprendí
varias cosas de él y voy a mencionar solamente las
chicas, porque las grandes, ésas están por todas
partes repartidas ahí en su obra. Una de esas
cosas chicas fue hacer licor de nísperos, que le agrego a
mi mezcla de tabaco para pipa que fumo hace muchos años.
Lo preparo a partir de un tabaco nacional, al que le da un suave
olor a almendra que a la gente le agrada mucho. Tanto así,
que varias veces me han parado en el centro para preguntarme
qué tabaco fumo; les digo que es un tabaco llamado «Don
Eduardo», mezcla oriunda de los Andes y preparada
en el Cajón del Maipo.
Otra cosa
que aprendí con Eduardo es que los zorzales son unos
copiones. Al parecer la familia Astorga Moreno tiene un silbido
distintivo que sirve para llamarse en situaciones de multitudes,
pichangas, paseos etc. Hubo un tiempo que Eduardo andaba por
ahí entre los árboles con una grabadora de mano
y un micrófono direccional captando los cantos y silbidos
de los pájaros. Un día me confesó, entre
sorprendido y halagado -porque la copia siempre es señal
de admiración-, que entre sus grabaciones había
captado el silbido Astorga, ahora presente entre los cantos
de los zorzales; o sea, que los zorzales querían hacerse
pasar por Astorgas. Incluso los había escuchado en Santiago
con bastante asombro, queriendo decir que los parientes están
por todas partes y adoptando todas las formas.
También
reforcé con Eduardo mi enemistad con los mega proyectos,
y la convicción que los años le dan al hombre
una sabiduría que sobrepasa el entusiasmo del triunfalismo
neoliberal, sobre todo cuando son gobernados por un ingeniero
(a esto hay que agregar que Eduardo era ingeniero, pero de la
vida, o mejor dicho, de “lo vivo”, ingeniero agrónomo,
no de los ingenieros del “fierro y cemento”). En los años
de la construcción del gasoducto participé con
él en protestas junto a muchos otros san alfonsinos,
y escribimos cartas a los diarios haciendo ver el tremendo disparate
estratégico que significaba ponerse en manos de los argentinos
para el suministro de una buena parte de nuestra energía,
protestas que si bien no consiguieron lo que queríamos,
ayudaron a incrementar la concientización sobre los problemas
en que nos trae “del fast track al desarrollo” en que se está
empeñando el país, una de cuyas consecuencias
fue la catástrofe social y humana que significó
el cierre del mineral del carbón en toda la región
de Lota, como si el carbón no sirviera y no se usara
en muchos países en la actualidad para producir gas
y energía termoeléctrica, China entre ellos. Esto
se hizo porque era un buen negocio para algunos en ese momento,
aunque el costo social no se considerara. Fue en todo caso un
buen ejercicio de protesta ciudadana. También en esa
época se llegó a rumorear sobre la construcción
de una gran represa unos pocos kilómetros más
arriba de San José, cuyas consecuencias hubieran sido
devastadoras para la zona, y posiblemente un muy buen negocio
para unos pocos.
También
me ilustró acerca de la importancia de las plantas generadoras
«de pasada» -menos poderosas aunque más confiables
y ambientalmente mucho menos devastadoras- en contraposición
a las generadoras «de represas» y sus efectos sobre
la población local y el medio ambiente total. Todos estamos
pendientes, y quizás esperanzados, porque al menos un
mega proyecto de la época triunfalista ingenieril se
fue a pique: el puente Canal de Chacao. Pero eso no significa
que debamos bajar la guardia y dejar de estar «alerta»
ante los ingenieros entusiastas y sus megaproyectos que siempre
están en manos de unos pocos que tienen mucho. (Cuántos
“megaproyectos” como éste estarán en estudio en
el MOP sin que la ciudadanía se entere, pero que solamente
en su etapa de anteproyecto consumen cientos de millones de
todos los chilenos. En el caso del Puente Chacao se despilfarraron,
si mal no recuerdo, por lo menos tres mil millones. ¿Para
qué).
Así
y todo, quizás su contribución más importante
al «imaginario colectivo» de los chilenos todos
fue su batalla en la prensa por el uso de los suelos agrícolas de
zonas templadas mediterráneas, propias del valle central,
de la cual Chile posee el 16% de lo que hay de este tipo de
territorio en el mundo. Con el correr del tiempo éste
se ha ido perdiendo en forma alarmante en favor del cemento
en urbanizaciones aledañas a las ciudades del valle central,
con sus Malls, sus estacionamientos, carreteras, vehículos
motorizados, contaminación y etcétera.
Ahora, cada
vez que bajo a los enormes pinos “insigne” a los pies de mi
casa cerca del río, recuerdo que fueron plantados por
Eduardo, cuando tenía 19 años, en reemplazo de
los Quillayes que cayeron para hacer leña y hacer mover
el ferrocarril militar en sus inicios -dicen- y para calentar
hogares capitalinos. También me enseñó
que en la Viña de los Nieto, un poquito más allá
de mi casa, hay un vinito dulce muy bueno. Su vida, para todos
los que conocemos y disfrutamos de su obra, fue un ejemplo de
sencillez, eficacia generosa y buen sentido. En realidad, no
es poco lo que Eduardo me enseñó.
DdO
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