Parece
un sueño común de los seres humanos tener
un pedacito de tierra para cultivar. En Chile, donde
las montañas se alzan a ambos lados y la tierra
plana, rica y aluvial corre entre ellas en el Cajón
del Maipo rocoso, los campos cultivables tienen una
magia especial. Hace casi dos años, con dos compañeros,
empecé a arrendar tres hectáreas de estos
campos.
Los
cuatro potreros chicos, decidieron mis colegas, serán
para cultivar alfalfa. Es una hierba tan vigorosa que
se puede pensar en cortarla cuatro o cinco veces por
año, lo que la hace rentable. El primer año,
se puede sembrar cebada o avena, y en seguida alfalfa
entre los brotes pequeños de la primera siembra.
Así, en el primer corte se junta avena y pasto
para hacer algo nutritivo. La avena se corta antes que
las semillas estén maduras y caigan, por lo que
los fardos acumulan tanto semillas como paja. Es difícil
no perder las semillas, pero el sol es tan fuerte que
la paja cortada debe quedar muy poco tiempo secándose
antes de que este lista para enfardar y guardar.
Había
que cortar y dar forma a las verdaderas cascadas de
mora, que servían de cercas buenas e impenetrables,
y después arar la tierra. La primera vez le pagamos
a un tractorista vecino para arar en forma mecánica,
pero después hicimos todo a mano o con caballos.
Los hombres sembraron avena y alfalfa a mano, caminando
entre los surcos hechos por un caballo tirando un arado
de palo. Después tiraron ramas de acacias sobre
las semillas para cubrirlas. Afortunadamente, después
de eso llovió y las semillas empezaron a germinar.
Una
de las tiranías del sistema agrícola de
Chile es regar. Si no hay un sistema mecánico,
todo se hace a mano y con una pala, cambiando las acequias
para que el agua corra por todo el potrero. Se necesitan
cinco o seis días para regar las tres hectáreas
de la parcela y hay que regar cada ocho días
en verano. Pasamos el mes siguiente limpiando la acequia,
y cuando la avena tenía tres pulgadas, comenzamos
a regar. Es especialmente difícil la primera
vez, pues si la tierra se inunda las plantas no tienen
suficiente fuerza y mueren. Algunos queltehues que vivían
en el potrero habían hecho su nido en el centro.
Por eso, trajeron una pala, levantaron el nido y pusieron
tierra abajo para hacer el nivel más alto que
el agua. Un poste marcó el lugar para evitar
accidentes, y una semana después nacieron dos
polluelos, que fueron los primeros animalitos en nacer
en la parcela. Una semana después nació
una potranca, luego una cabrita. La tierra estaba floreciendo
con más que hierba.
Cuando
el pasto está listo, llega el momento de cortar,
secar, rastrillar y enfardar. Tuvimos la suerte de comprar
en San José de Maipo unas máquinas para
cosechar: una segadora, una rastrilladora y una enfardadora.
Todo eso, más un arado y un caballo o mula, da
autosuficiencia. Uno de los placeres mas grandes, fuera
de los animales de la parcela, han sido las maquinas,
que, después de algunos problemas iniciales, han
funcionado bien. Los diseños son de los años
treinta, del siglo pasado, aunque fueron fabricadas en
los cincuenta. Son absolutamente pintorescas y, aunque
son máquinas, necesitan mucha obra de mano también.
La enfardadora es la más fantástica de todas,
y necesita dos caballos. Ahora último empezamos
a usar una camioneta, que es menos pintoresco pero un
poco más rápido. Tenemos que recurrir a
todo el talento local si hay que hacer reparaciones, pues
son todas verdaderas máquinas hechas a mano.