:: EVOCACIONES DESDE CANADA.
   La carrera de La Lola.

Por Gino Palma, desde Quebec.

Y ahora, niñitos, si se quedan tranquilitos y me prometen comerse toda su comida, el Tata Gino les cuenta una historia, tal como se la contaron hace muchos años en una noche de tormenta, en la ruca de Salvador en Plaza de Mulas.

La Lola era una bella y joven recién casada, que vivía con su marido, ambos muy pobres, cuidando una tropa de cabros y haciendo y vendiendo carbón de espino. Su cabrita preferida desapareció una noche como aquella, cuando el viento aúlla melodías de horror en cada rincón. El marucho ensilló su mula y, haciendo caso omiso de las advertencias de su mujer, partió en su busca. En vista de que pasaban las horas y el marido no aparecía, se abrigó lo mejor que pudo y partió a su siga. Pasado el invierno, se encontró al marido muerto abrazado a su cabrita. Pero ella no apareció nunca. Y dicen que vaga por las montañas
La Lola soy yo, y podría nombrarles a los otros trece, incluida la madrina (si a alguien le interesa, que me escriba). Por falta de nieve, el año 1950 la Lola se corrió en Rodeo Alfaro (o rodeo del faro), al otro lado de Punta Sattler.
su busca, y cada vez que ve aparecer un solitario caballero, se sube al anca y con dulces requiebros le hace volver la cabeza. A los desventurados que lo hacen, la Lola, indignada por el desencanto de no encontrar a su amado, los despeña en la más próxima quebrada.

Hay variantes a esta historia. Unas dicen que el marido en realidad se arrancó para San José a una casa de remolienda. Otras dicen que la Lola fue violada, y de allí su odio por los hombres. Yo prefiero la historia de la mujer enamorada, desde luego porque fue la que me contaron.

Cuando los andinos -extraños personajes que insistieron en construirse un refugio en el fundo Lagunillas (yo estoy convencido que eran un club de masoquistas para encontrar placer en caminar horas y horas para ir a pasar frío y miserias a un lugar recóndito)- empezaron a sentirse incómodos con el constante sermón de los arrieros ante cualquier accidente que les ocurriera, lo cual no era extraño dado el tipo de actividades que desarrollaban, tenían que echarle la culpa a la Lola. Liderados por Humberto Espinosa (papá), que tenía una increíble mentalidad creadora, inventaron la carrera de la Lola, que no era una carrera sino que un juego del pillarse al revés.

La Lola designada -por lo general el que había ganado el año anterior, usando una capucha en lienzo imitando un fantasma- disponía de diez segundos para arrancar, luego de lo cual los otros trece competidores partían a su siga para capturarla, con lo cual la capucha pasaba a manos, diré mejor a la cabeza, del captor, que disponía de otros diez segundos para arrancar. El primero en cruzar la meta con la capucha puesta era el ganador, y obtenía el derecho de ser la Lola por todo el año.

La justa estaba diseñada para los esquiadores de ese tiempo, que se desplazaban con relativa dificultad. La aparición de nuevas técnicas de esquí y el advenimiento de los andariveles fue obligando a modificar los reglamentos, pero a la larga era toda la fanfarria que rodeaba la celebración del acontecimiento lo que atraía a más gentes.

Se corría los 19 de septiembre, aprovechando la habitual pausa de semanas patrias, y todo estaba rodeado de una mezcla de simbolismos patrioteros e invocaciones a la dama. Había una madrina que tomaba el juramento a los trece participantes, usando como objeto de culto una punta de esquí quebrado, resultado de alguno de los desaguisados de la Lola. Lo curioso en todo este asunto es que entre bromas y chascarros, la Lola no dejó de hacer sentir su presencia. Pocos de los ganadores pudieron regresar al año siguiente. Siempre hubo algo que les pasara.

Lo más extraordinario es que cuando estaba por celebrarse la carrera numero trece, la noche anterior, con la bandera azul de la Lola flameando y todas las invocaciones ya hechas, algo extraño ocurrió con la enorme salamandra que nos daba calor en los duros fríos de invierno y que a nosotros nos servía para transformar las magras manzanas que nos daban de postre en suculentas manzanas asadas. Extrañamente, el artefacto agarró fuego, que se trasladó rápidamente a la estructura de madera. Los andinos lograron a duras penas salvar sus pellejos, y no fue fácil soportar el frío para la mayoría sólo en paños menores. Hubo intenciones de reanudar la carrera de la Lola "para matar el chuncho", pero siempre algo ocurrió que lo impidió. Como la Lola era mi amiga, se las arregló para que en esa oportunidad yo no estuviera allí.