Melocotón.
Desconocía totalmente su ubicación, sólo
sabía que quedaba en algún sector del Cajón
del Maipo, sin embargo acepté de inmediato, no importándome
mucho las dificultades que podría encontrar. Con mi orden
de trabajo y veintiún años de edad, me presenté
en la Escuela N° 19 del Melocotón. Grande fue mi
sorpresa al comprobar que la ansiada escuela era una casa vieja
y pequeña, en regular estado, con letrinas de servicios
higiénicos, con dos salas y poco más de veinte
alumnos por sala. Todo era súper incómodo, pero
era lo que
había y tenía que adaptarme. Los cursos no eran
numerosos y estaban conformados por niños del sector.
Eran niños respetuosos, alegres y cariños, algunos
de ellos muy sacrificados, pues debían viajar caminando
grandes distancias para llegar a su escuela. Recuerdo a los
hermanos Rojas.
Desde
ese momento, feliz con mi primer trabajo, viajé a diario
en la micro San José de Maipo que pasaba en horarios
establecidos. La tomaba puntualmente a las 12.00 hrs. de cada
día en la plaza de Puente Alto. Si me atrasaba, probablemente
no llegaría a mi destino. Casi no sentía el
viaje. La micro, al salir de mi comuna, enfilaba por un serpenteante
camino de tierra que cruzaba cerro tras cerro, avistando de
vez en cuando típicos caseríos cordilleranos
y un trencito que corría paralelo al camino en dirección
al Cajón. Era maravilloso, de un espléndido
colorido, en otoño los árboles dorados como
si tuviesen luz propia, en invierno la nieve que cubría
todo con su manto, y en primavera los dedalitos de oro que
adornaban el camino flanqueado por almendros y ciruelos colmados
de flores.
Trabajar
en esa Escuelita me permitió conocer a niños
muy buenos, sanos y simpáticos, alegres y cariñosos,
que me ayudaron a crecer como persona, dando buen inicio para
una carrera profesional que perdura hasta hoy. Me acuerdo
de una niña pequeña, morenita y de pelo corto,
que como gracia una vez se cortó las pestañas
y a quien le gustaba mucho cantar. Se subía sobre una
mesa y entonaba un conocida canción... "yo tengo
una vaca blanca que se llama Piedad...". También
recuerdo que la señora encargada del cuidado de la
escuela tenía varias gallinas que libremente picoteaban
por el patio acompañando como mascotas los juegos de
los niños. Casi a diario y a una misma hora entraba
una de ellas a mi sala, se acomodaba en una saliente de la
ventana, ponía un huevo, cacareaba un poco y se retiraba
tranquilamente dejándonos su preciado regalo
Aunque
mi paso por la Escuela del Melocotón fue breve, debo
manifestar mi felicidad de haber conocido gente especialmente
buena, alumnos, apoderados y colegas a quienes llevo guardados
en mi corazón. Será por eso que cada vez que
tengo oportunidad de salir a pasear con mi familia, enfilamos
hacia el Cajón del Maipo, como atraídos por
un imán. A mis cincuenta y siete años, me detengo
frente a una casita de color amarillo, la antigua escuelita
que aún existe abandonada a la orilla del camino, y
aún me parece ver a la gallina en la ventana y escuchar
a la Pilar Orellana entonar "yo tengo una vaca blanca
que se llama Piedad".
María
Castaneda Torres,
Profesora de Ed. General Básica.