:: TRAYECTOS DE VIDA.
   
Don José ya no está en el closet.

Por:Ana María Arrau Fontecilla.

Corría el año 1985, era un hermoso día de verano, el sol brillaba sobre los árboles. Por la ventana de su oficina, a un costado de la plaza del pueblo, María Eugenia observaba la gente que iba y venía, lenta y pausada en su caminar, como solía ser la vida en San José de Maipo. De pronto se sobresaltó, el corazón le palpitó más rápido y vio que “él” se bajó de su auto. Era el apuesto Don José, quien, muy sonriente y sin mayor protocolo, saludó al pasar a un transeúnte. A esa fecha, Don José debe haber tenido unos cuarenta y cinco años,
muy bien tenidos según el parecer de María Eugenia. Ella lo veía tan apuesto, tan varonil, con mucho dinero, al decir de los demás.

Una de sus compañeras de trabajo la sobresaltó al gritarle: ¡Quena, Quena, ven, ven a ver a Don José! ¡Míralo que bien se ve! Ella, que ya lo había estado mirando, corrió hacia la otra ventana sin titubear, teniendo cuidado de no tropezar con los muebles. Don José era muy admirado por todo el grupo de funcionarias que regularmente se asomaban para verlo pasar. María Eugenia siempre supo que este guapo hombre, junto con tener mucho dinero, tenía un no sé qué que lo hacía más varonil que el resto de los hombres. Pensaba María Eugenia, ¿se imaginará cuántas admiradoras tiene?

Don José había sido casado y ahora estaba separado. Tenía hijos mayores que no vivían con él. María Eugenia solamente sabía que vivía solo en un gran fundo cercano al pueblo. Un día María Eugenia se enteró que Don José convivía con una conocida actriz de televisión. Pensó en la suerte que tenía esa mujer, pero, en fin, la suerte era de ella. Lo comentó con sus amigas y todas quedaron pensativas, deseando, tal vez, estar en el lugar de la actriz.
Muchos años después, un buen día, María Eugenia fue a servirse un aperitivo a un conocido restaurante de la zona y se encontró de casualidad con un amigo que era ingeniero comercial y al que no veía desde hacía mucho tiempo. Luego de la grata sorpresa, éste le comentó, entre otras cosas, que tenía que ir a ver un trabajo y le propuso que lo acompañara. Claro, le respondió ella, encantada te acompaño. Fue así como se dirigieron a las afueras de San José, por un camino lateral. No les fue difícil llegar en auto a la dirección que buscaban. El camino les presentó una enorme y hermosa casona, que se veía con un antejardín muy bien tenido, con exóticas plantas y bello entorno. Cuando llegaron, luego de identificarse ante un mozo, entraron tranquilos e impresionados por la belleza del lugar: los muebles eran de fino tapiz y madera antigua, las alfombras con diseños artísticos que hacían resaltar sus colores sincronizados. Los detalles de las paredes eran de un gusto exquisito y todo coordinaba bellamente.

De repente, desde el fondo del enorme salón, se asoma él, Don José. María Eugenia nunca imaginó que ésta era su casa, nunca relacionó con él el camino recorrido con su amigo, ni siquiera pensó en el conocido nombre del fundo al que habían llegado. Pero ahí estaba él. Lo vio hermoso y varonil como siempre. Él, muy gentil, los saludó. Ella temblaba de emoción y sorpresa. No dijo una palabra. Primera vez que estaba cerca de ese hombre que tantos sueños le anidó en su cabecita loca de juventud.

Luego de las presentaciones y saludos de rigor, Don José les dijo que los invitaba a cenar. Fue así como, sin mayores preámbulos, se sentaron a la mesa. Al instante Don José llamó a un muchacho joven, de tez morena, rasgos comunes y ademanes feminoides. Lo hizo sentarse a la mesa y dijo: les presento a mi pareja, convivo hace tiempo con él, mi familia ya lo sabe. María Eugenia no podía dar crédito a lo que estaba viviendo, no podía convencerse de esa realidad. Esto no es verdad, se decía, y luego no pensaba más. La confusión en su mente no tenía límites.

Ha pasado bastante tiempo desde este hecho y ella aún no recuerda lo que cenó y conversó. Sí recuerda perfectamente que Don José le tomaba la mano al muchacho, con mucho cariño, y que de vez en cuando lo besaba en la mejilla, delante de ellos, sin vergüenza, totalmente convencido de lo que estaba haciendo. Y recuerda que estaba muda. En el trayecto de vuelta, ni ella ni su amigo dijo palabra alguna. Sólo aceptaban este nuevo mundo ante sus ojos. Pero hay algo que María Eugenia nunca olvidará, aquella frase que Don José dijo en la mesa: Lo que pasa es que salí del closet.