Relato
hablado, rescatado por Cecilia Sandana G.
Existen
numerosos ritos que hablan de la iniciación de
un brujo, muchos de ellos casi irrealizables por lo costoso
de llevarlos a cabo. Además, debe considerarse
que la prueba implica una demostración de gallardía
para enfrentar la magia, la que no es de este mundo. El
brujo no le temerá a nada ni a nadie, ni siquiera
a su mismísimo señor: el demonio. Un día
llegó a mis oídos lo siguiente:
Corrían
los años cuarenta, Chile era un país campesino,
con sus tradiciones apegadas a la tierra. En el Cajón
del Maipo, por los caminos de polvo, circulaban las
carretas, medio de transporte de aquella época.
Las pircas deslindaban los fundos donde trabajaban hombres
a cambio de un lugar donde dormir y comida para alimentar
a su familia. A orillas del río Maipo, ahí
donde el viento pasa soplado y la humedad corroe la
madera, vivía un hombre. Tenía sus buenos
años, pero hacía poco había contraído
matrimonio con una chiquilla, hija de otro peón.
El, desde que la vio ya crecidita, se prendió
con ella. Le llevaba frutas frescas, flores silvestres
y charqui de guanaco, el que le gustaba al padre de
la chiquilla, quien no aprobaba para nada esta amistad.
Sin embargo, vio en el viejo a un hombre esforzado que
ya tenía una casita y animales que le darían
seguridad a su hija. Se la entregó en matrimonio,
y ya en la primera noche la niña quedó
encinta. Todos, felices, celebraron la noticia. Crecería
la familia, y ojalá fuera niñito pa
mantener el apellido, decía el padre.
Pero
el invierno vino crudo, la nieve sobrepasaba los sesenta
cachos. Los animales se morían por falta de forraje.
El hombre, así como podía, traía
leña seca para tener calentita a su pequeña
esposa embarazada... Pero el frío enfermó
a la pequeña mujer, ya no daba más de fiebre.
El pobre hombre no hallaba qué hacer, pensó
que la perdería, y decidió pedirle al patrón
que la llevara al hospital, porque ya los caminos estaban
despejados. Fue a la casa patronal y, con el sombrero
en la mano, le rogó al futre que le ayudara a salvar
a su mujercita, que por favor la llevara al hospital en
su auto (el único por aquel entonces en la zona).
Pero el hombrón se
|
|
|
negó.
Le dieron ganas de llorar, pero se las aguantó y prometió
ser algún día mas poderoso que él con la
ayuda del más allá.
La
niña logró reponerse y tuvo a su hijo, igualito
al padre, pero él no olvidó la afrenta. Un día
su esposa se fue a la casa de sus padres. Estaba solo, caía
día viernes, y pensó para sus adentros que la
hora había llegado: se aliaría con Satanás
y sería el hombre mas poderoso de la región ,
y su familia jamás pasaría necesidades hasta la
séptima generación. Preparó el ritual:
necesitaba un gato negro, un fondo, mucha leña, el libro
de magia negra y muchas agallas... Como a las diez de la noche
hizo fuego bajo un guindo, le puso agua al fondo y se sentó
a fumar. Estaba nervioso, pero lo haría, porque así
lo había prometido. Cuando faltaban veinte minutos para
medianoche fue a buscar al pobre gato a la cocina y se sentó
al lado del fuego. El corazón le palpitaba muy fuerte,
y al gato también, era como si el animal lo hubiese presentido...
Comenzó
invocando a Satanás con unas oraciones en otra lengua.
Justo a las doce debía meter al gato a la olla y no permitir
que se escapara, pues si así sucedía él
moriría dentro de tres días quedándose
su alma en pena por toda la eternidad. Pero si le resultaba
podría pedirle al cachudo lo que quisiera y sería
amo y señor... Agarró al gato negro como pudo.
El animal se resistía, lo mordió y lo rasguñó,
lo miraba con ojos saltones como maldiciéndolo. Logró
meterlo al agua hirviendo, y con las manos sobre la tapa invocó
a las fuerzas que lo harían poderoso... En un momento
de relajo sintió que la olla se levantaba. Salió
vapor, se asustó, pero el gato... con seguridad estaría
allí. A la salida del sol tenía que tomar el fondo,
destaparlo y enterrarlo donde nadie jamás lo pudiera
encontrar... Al hacerlo se dio cuenta que no había huellas
del animal, y recordó que en la noche el vapor se le
había escapado. Justamente entonces el gato debía
haber huido. Todo había sido un fracaso, ahora sólo
le restaba esperar su muerte. Lloró sin consuelo hasta
que llegó su mujer. Ella le preguntaba qué pasaba,
pero él no respondía. No podía creer que
dejaría sola a su mujercita, la amaba tanto, y no podría
ver crecer a su hijo. Pero su suerte estaba echada. Se despidió
de todos, como si fuera hacer un viaje sin retorno, y a los
tres días falleció. Dicen que se fue en sueños.
Su alma, según cuentan, aún anda en pena y merodea
por las orillas del río Maipo, y a veces se le oye llorar
y gritar el nombre de su amada Soledad...
|