con una soga y se dirigió a una vertiente donde se entretuvo
observando a los sapitos, grillos, conejos y pájaros
que la visitaban. Mientras miraba una bandada de tordos, sintió
la presencia de alguien y se volvió. Dos niñitos
de piel blanca, ojos azules y pelo rubio, vestidos con albas
túnicas, lo llamaban sonriéndole. No emitían
ningún sonido, pero telepáticamente le invitaban
a jugar. Dejando bien segura a la oveja corrió tras ellos
hasta unas rocas rodeadas de maitenes. Ahí los esperaban
otros seis niñitos. De sus cinturones, de una tela azul
brillante, pendía una cartuchera alargada, donde guardaban
varios objetos desconocidos para Ricardo y una pequeña
linterna.
Se entretienen
con distintos juegos, algunos más rudos que otros.
A veces se empujan y caen, pero siempre sin hacerse daño.
Lo que más le gusta a Ricardo son las linternas. Con
una luz verde apuntan a un pájaro y este se queda inmóvil,
como hipnotizado, como si estuviera embalsamado. Entonces
se acercan, lo toman con cuidado y posteriormente lo ponen
en el mismo sitio. Activan nuevamente la linterna, ahora con
una luz azul, y el pájaro recobra sus movimientos y
vuela. También lo hacen con sapos, conejos e insectos,
pero sin matar ni herir, sólo para observar a los pequeños
seres y después despertarlos con la luz azul.
Mientras,
el padre de Ricardo está muy preocupado. Van a ser
las cuatro de la tarde y el niño no vuelve con la oveja.
Cruza el puente y entrando al bosque la encuentra amarrada
a un quillay. Entre silbidos y gritos llama a su hijo, hasta
que éste aparece corriendo, mojado de sudor y con la
cara roja de tanto ejercicio. Ha estado jugando cerca de cuatro
horas y el tiempo ha pasado volando. Sus amigos le convidaron
un jugo muy rico que le quitó el hambre y el cansancio.
-Ricardo,
¿dónde has estado, que no sabes la hora que
es? Son las cuatro de la tarde y con tu mamá estamos
preocupados creyendo que te podía haber pasado algo.
-Estaba jugando con unos amigos y se me pasó el tiempo.
-¿Qué amigos, si nadie vive en este lugar?
-Son mis amigos y amigas del bosque, los Ñatis. A veces,
cuando vengo a buscar leña o por un animal perdido,
me invitan a jugar. Son blanquitos, pequeños y muy
bonitos. Tienen unas linternas con las que alumbran a un pájaro
y éste se queda quietecito. Después lo alumbran
de nuevo y sale volando.
-Mira, no me vengas con cuentos, porque tengo ganas de pegarte
unos correazos.
-Si es verdad, no estoy mintiendo.
Don Manuel
lo queda mirando y lo ve todo sudado, entierrado y con algunos
arañazos de ramas. ¿Cómo va estar jugando
solo? Algo raro hay aquí -se dice.
-A ver, preséntame a tus amigos para conocerlos.
Se encaminan
a las rocas rodeadas de maitenes. Don Manuel ve el suelo lleno
de pequeñas huellas y entre ellas las de los zapatos
de su hijo, pero, por más que los llama Ricardo, no
aparecen.
-Se fueron, papá.
-¡Que extraño! Nadie vive por aquí, deben
ser turistas, pero no he visto pasar gente. Deben haber venido
excursionando por otro lado. Bueno, vamos para la casa.
Los padres
de Ricardo conversan sobre el asunto y le dicen que tenga
cuidado porque algún día puede llegar alguien
que le haga daño. Tiene que fijarse bien con quien
juega. Esa noche Ricardo se queda mirando por la ventana y
le parece ver lucecitas entre los árboles del otro
lado del río. ¿Porqué se habrán
ido cuando llegó el papá? Si los ve me va a
creer. Ahora me miran raro, como si estuviera imaginando cosas.
Pero el papá vio sus huellas, gracias a Dios. Eso lo
tranquilizó. Se quedó dormido pensando en sus
amigos. Tuvo un sueño muy extraño. Soñó
que sus amiguitos y amiguitas entraban a su pieza y se sentaban
en el suelo alrededor de su cama. Dos de ellos, Fedor y Diana,
le dijeron:
-Ricardo,
sabemos que estás pasando problemas por jugar con nosotros.
Eres nuestro amigo y te queremos, pero te vamos a contar nuestra
historia para que al menos tú estés tranquilo,
y algún día el resto de tu gente te entenderá.
Vivimos en una ciudad mágica que está escondida
dentro de las montañas. Tenemos que estar ocultos para
preservar la vida que los hombres están destruyendo.
Dentro de poco nos tendremos que marchar de aquí porque
ustedes pasarán unos tubos con gas que harán
mucho daño a la naturaleza. Pero no te preocupes, seguiremos
desde otro lugar cuidando este Cajón maravilloso. Nuestros
antepasados formaron la raza humana después de la desaparición
de los grandes saurios. Les dimos el dominio sobre los demás
seres que la habitan. Sin embargo, ustedes son terriblemente
destructivos, envidiosos, ambiciosos, desleales y crueles.
Por esto tenemos que estar ocultos. De lo contrario vuestros
científicos tratarían de cazarnos, investigarnos
y matarnos en experimentos para saber nuestra verdadera naturaleza.
Creo que jamás podrán hacerlo porque tenemos
el poder para destruirlos cuando queramos, pero eso sería
el fin de la Tierra. El día que nuestra raza se contamine
con los defectos de los humanos, será el día
en que el Gran Dios acabe con el planeta. Ahora acompáñanos.
Tomándolo
de la mano, seguido de los demás niños, Fedor
y Diana lo llevaron al bosque. Se detuvieron en las rocas
de los maitenes y Fedor sacó de su cartuchera una especie
de bastoncito de cuarzo. Tocó nueve veces la roca y
esta empezó a girar dejando una abertura en que un
túnel, con una escalera de piedra, se adentraba hacia
el fondo de la Tierra. Sin soltar la mano de Ricardo bajaron
sin esfuerzo, porque la escalera avanzaba sola. A su término,
una intensa luz iluminaba un espectáculo fantástico.
Una ciudad de cristal, con calles pavimentadas con adoquines
perfectamente encajados e iluminada por un pequeño
sol que llevaba su luz a los más recónditos
rincones, mientras una música hermosísima producía
una sensación de gran bienestar. Se dirigieron a una
construcción muy hermosa, mayor que las otras. A su
entrada Diana se detuvo y, sacando una pequeña pieza
de oro, abrió la puerta. Siguieron por un corredor
hasta una gran sala donde los esperaban un grupo de personas,
hombres y mujeres, que observaban a Ricardo.
-Padre, Madre, es nuestro amigo Ricardo.
Fedor se dirige a un hombre de barba, alto y delgado, y a
una mujer hermosísima, que presiden la Asamblea. Están
en el Consejo de la Ciudad de los Césares, el mundo
mágico, subterráneo, paralelo, buscado por los
hombres desde siempre. Los padres de Fedor representan la
energía del Sol y la vida que da la Madre Tierra.
-Ricardo, es muy grato para nosotros conocerte hablaron
telepáticamente al unísono-. Juegas con nuestros
hijos y ellos te estiman, por eso quisimos mostrarte nuestra
ciudad y darte la paz que siempre te acompañará
mientras vivas en esta tierra. Cuando salgas de aquí
habrás aprendido muchas cosas, y las sabrás
utilizar cuando los tiempos te lo indiquen.
Ricardo fue saludado con gran cariño por todos. Luego
recorrió la ciudad y conoció maravillas que
olvidó cuando se fue.
-Somos descendientes de los hiperbóreos -le dijo Fedor-,
la última esperanza de la raza humana. Tú eres
un gran hombre y nos ayudarás. Los plutócratas
que gobiernan el planeta nada valen. Su fin está cerca.
La gente buena volverá a gobernar la Tierra. Nosotros
iremos a otro lugar, pero antes que mueras volveremos a vernos.
Luego
Fedor y Diana lo acompañaron nuevamente a la escala
que lo llevaba a los maitenes y después hasta su casa.
Al día siguiente Ricardo despertó con una sensación
de bienestar. Saltó de la cama y miró por la
ventana las copas de los maitenes que rodean la roca donde
se reúne con sus amigos. La oveja bala en el corral.
El río suena. Piensa en los Ñatis que le han
entregado uno de los tesoros mas preciados: la esperanza.
Ya no importa que le crean, porque algún día,
en una montaña o en un bosque, tal vez junto al Río
Maipo, sus amigos lo buscarán de nuevo para ayudarle
a construir un mundo mejor.