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REMINISCENCIAS.
Otra vez...
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Por:
Marisol Larenas Navarrete.
La
primera vez que fui al Cajón del Maipo no la
recuerdo… Creo que no tenía más
de 8 años. Poco a poco se fue convirtiendo
en el paseo favorito de mi familia, una pequeña
familia de tres personas: mis padres y yo, hija única
y, como tal, muy solitaria... No sé qué
tenían esos cerros o ese río que me
llamaban los fines de semana. ¿Eran quizás
esas tardes en que el sol se escondía antes
que en la ciudad?, ¿el sonido ronco del Maipo
que no cesaba nunca? No lo sé...
Había hacia el sureste de Santiago
el conjunto de pueblos más lindos para mí,
junto al río y rodeados de cerros. El principal
era poseedor de una de las iglesias más antiguas
del país y una pequeña plaza con el infaltable
vendedor de mote con huesillos... Más arriba
otro pueblo, más pequeño, pero no por
eso menos lindo, con nombre de santo como el anterior. |
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En
el camino, una piedra grande donde dicen que dejó marcada
su pata el Diablo. Letreros de pan amasado y tortillas...
Regresos en que los infaltables tacos, a las 7 de la tarde
de los días domingos, hacían que el viaje fuera
más
largo y me daban más tiempo para estar en mi querido
Cajón del Maipo, con su río, sus cerros, sus
estrellas, sus leyendas, uno que otro ovni y su gente que
observaba triste cómo los santiaguinos contaminaban
el valle.
Fui
creciendo, los años pasaron y los viajes de fin de
semana se hicieron cada vez más esporádicos.
¿La razón? Quizás las constantes peleas
de mis padres y, más adelante, la enfermedad de mi
viejo, que se lo llevó en tres largos años
que parecieron décadas. Y el desenlace final fue
obvio... Así pasó el tiempo, pasaron los años
desde esos días en el Cajón por ahí
por 1993, y llegó el 2004, en que no sé por
qué razón una mañana me desperté
en una casa que no era en la que crecí, miré
por la ventana un precioso día de sol y me dije hoy
tengo ganas de ir al Cajón del Maipo. Y tomé
el primer metrobús a destino. Después de dar
mil vueltas por La Florida y Puente Alto llegué al
Cajón, de nuevo con su misma gente pero para mí
más bonito, el río más grande y caudaloso,
los cerros más verdes, San José más
lindo que nunca... Ahí estaba yo de nuevo, con 24
años y con mi vieja, sin mi viejito, en micro y contando
las chauchas. ¡Pero ahí estaba de nuevo...
otra vez!
Y pasaron
los meses y no dejé nunca de ir al Melocotón,
al Canelo, al Toyo, a San Alfonso con la maravillosa Cascada
de las Ánimas. No me sacaron más de ese lugar.
Vi las tormentas, la lluvia, el amanecer... leí el
Dedal de Oro... llevé a mis parejas, amores que siempre
terminan mal... Así hasta el día de hoy. Ahora
trabajo para poder algún día trasladarme a
vivir allá y dormir y despertar con el sonido del
Maipo... ¿Por qué? La razón no la sé.
¿Qué tiene el Cajón del Maipo? No lo
sé...
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