Por:
Patricio Dooman Acosta.
Mi
dulce Amante:
Te
extraño tanto, que escribo al azar estas líneas,
porque en la leve sutileza de tu presencia sé
que las leerás con tu alma. Te busco y a la vez
me escondo, porque sólo tú eres capaz
de llevarme a donde ninguna otra creatura podría,
a la máxima plenitud de tu compañía,
a tu realidad, no a la ilusión que llamo vida.
Aunque
la idiosincrasia te relacione con las sombras, la verdad
es que estás tan cerca y tan a la luz, que no
te veo, ciego porque, teniéndote tan cerca y
conociéndote tan bien, absurdamente te temo.
Los
que pretenden dibujar tu rostro lo pintan horrible para
infundir
terror. ¿Será que quieren ocultar tu belleza
y
no compartirla
con nadie?. Tal
vez prefieren verte así para evitar
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sucumbir
a la armonía suprema, a la inmutable placidez que refleja
tu bello y arrobador semblante y a la dulce promesa de tus labios
seductores, los que me invitan a fundir tu boca con la mía,
para que en la asfixiante pasión de un beso te bebas
mi alma y la lleves donde nadie más podría.
Anhelo
y evito ese cándido contacto, que de un viento cálido
puede transformarse en una tormenta de fuego que nos llevará
a hacer el amor hasta que nuestras almas se confundan en el
mutuo y etéreo origen de su esencia y mi cuerpo exhausto
vuelva a la sólida esencia terrena de su origen. Ha
de ser ese irresistible, irrefrenable e inevitable placer
el que después me hace soportar la larga espera, cuando
al finalizar nuestro orgásmico encuentro, me despierto
solo, con el sabor de tu recuerdo en mi ser, nuevamente debatiéndome
entre algún cielo y alguna tierra.
Estoy
atrapado en el espejismo de un tiempo y un espacio creados
por mi mente afiebrada, enajenada por la sed de ti que abrasa
mi alma y que me hace alucinar con una larga agonía
que sólo termina con la palmaria realidad de tu presencia
cuando tu gélido abrazo rompe esa pesadilla y me lleva
a la verdadera vida.
Mi
dulce amante, te escondo de los demás y de mí
mismo, me dejo embriagar por la dulzura de las ilusiones que
me rodean, porque le temo a la innegable realidad de nuestro
secreto amor.
Sucesivamente,
al éxtasis de un amanecer arrebolado, entre el alegre
trino de los pájaros, el suave murmullo del viento
meciendo las hojas de los árboles, el cadencioso susurro
de las olas del mar acariciando suavemente la playa y la tibieza
de un cuerpo a mi lado avivando la quimera de su compañía;
le sobreviene el amanecer de un día sin sol en que
las aves silencian su canto ante el bramido del vendaval que
inclina los enhiestos árboles casi hasta quebrarlos,
en que el estruendo del mar revuelve furiosamente la arena
que estrella contra las rocas y en que el contacto inquieto
de esos pies helados buscan el calor de los míos para
justificar la objetividad de mi compañía.
Me parece ver en
ello la justa manifestación de tus celos, porque esa
fuerza arrolladora de la naturaleza se me antoja como tu ira
ante las mentiras que vendí cuando presentaba a alguien
oficialmente como mi pareja y que compré permitiendo
pusilánimemente que me presentara como la suya.
No son
celos, pues tú sabes que sólo he buscado evadir
la verdad desnuda de mi vida, hasta que la fría evidencia
de tu omnipresente existencia se muestra inalienable ante
mis ojos, que desvían la mirada para ocultar la presencia
de los inertes despojos de una ilusión, la que se plasma
en el desmadejado plumaje de aquel pájaro que ayer
trinaba como si fuera el dueño de la música
y hoy yace enredado en las ramas de los árboles que
cedieron ante la fuerza del viento. La arena está sembrada
de vidas que a merced y arbitrio de las olas fueron arrojadas
a la playa, esperando que la persistencia del mar las recoja
y mitigando su sed las devuelva a la calma de sus profundidades.
Secretamente
espero que tu persistencia me devuelva al seno de tu paz,
acallando en mis oídos las efímeras palabras
como siempre, nunca, juntos, toda la vida y tantas otras que
doy y acepto recibir, intentando acompañar y sentirme
acompañado a lo largo de esa línea ilusoria
que llamo tiempo, que se transforma en un círculo perfecto
cuando hastiada de tanta mentira gritas tu verdad y reclamas
lo que te pertenece y que he tratado en vano de entregar infielmente.
Te
busco a hurtadillas... Te deseo y te rechazo... Te amo y te
temo... Este juego te lleva a coquetear conmigo, quebrantando
mi salud para que sienta tu cercanía, hasta que algún
celoso galeno que cree dominarte me devuelve la salud para
alejarte de mí, llenándome de alivio y zozobra
a la vez. Pero llegará el día en que su humilde
ciencia ya no pueda vencer la fuerza de nuestro eterno amor,
pues mi anhelo y voluntad de entregarme a ti vencerán
mi temor y permitirán que tu paz inunde mi ser, hasta
que en una silente exhalación de mi yerma garganta,
te entregue mi esencia para abrazarme y confundirme contigo
en ese beso que aliviará mi alma, fundiéndola
con la placidez de la tuya, hasta que me contengas, porque
eres la única y fiel verdad que encontraré en
este estado que llamo vida.
Ya
no tardes, mi dulce ángel, mas tampoco te apresures.
En tu sabiduría sabes mantener el celoso secreto de
la hora de tu llegada, haciendo más seductor y emocionante
el juego de esperarte mientras te eludo. Absorto en la fantasía
de los brazos que me rodean y en la ilusión que dan
los míos cuando abrazo, intento olvidar que el único
cobijo sincero y duradero es el inseparable, leve e impenetrable
tul que me pondrás por mortaja.
A
la hora de la verdad, cuando me sorprendas dando y recibiendo
infidelidad, no te importará. Sabes que sólo
tú ostentas la seguridad de ser lo único verdadero,
absoluto, innegable, ineludible y totalmente confiable desde
que nací.
Me
despido agradecido de tu magnanimidad al disculparme por mi
cobardía de mantenerte en el anonimato, egoístamente
sólo para mí, como Mi Dulce Amante…
San Alfonso, Noviembre 2005
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