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GENTE DEL CAJÓN.
A la tía Leo.
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Por:
Daniel Silva Iraçabal.
Leíto
le llaman sus colegas, con cariño. Ejerció
la docencia en la comuna durante veinte años
en distintas localidades, que la recuerdan con cariño
y gratitud. Su último reducto fue la escuela
San Alfonso, donde sus enseñanzas estaban matizadas
por mitos, fábulas y leyendas de duendes que
colmaban de encantamiento y magia el corazón
de los niños. La escasez de recursos y la falta
de financiamiento los compensó con ingenio y
compromiso: porotos, lentejas, se transformaban en improvisados
ábacos o calculadoras rústicas, y los
bosques en escenario de aprendizaje, donde sus alumnos |
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aprendían en contacto con la naturaleza. Ahora su legado
crece y se dispersa como una semilla al viento, floreciendo
en los lugares más impensados y en los corazones más
herméticos.
Acogió
siempre a los niños mas desvalidos y privados de
afecto, formándolos con cariño y respeto.
Enfrentó los difíciles años de la dictadura
con dignidad, enalteciendo en todo momento su profesión,
dándonos un ejemplo de consecuencia y compromiso
con los valores democráticos. Conocedora de los ciclos
de la naturaleza, ahora ha cerrado una etapa como educadora,
sólo para abrirse a otros desafíos personales
y colectivos, porque sus sueños y proyectos para
mejorar la educación no conocen límites.
Leíto,
siento que el amor y el afecto que has derramado en este
valle, quedara vibrando y palpitando en las pupilas luminosas
de los niños que señalan el futuro.
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