Relato
hablado, rescatado por Cecilia Sandana G.
El
embalse del Yeso es un montón de agua cordillerana
acopiada en los generosos brazos extendidos de Los Andes.
Su inmensa masa transparente, bajo el influjo de la luna,
da vida y alimenta este valle central, y crea el Río
Yeso, afluente importante del río Maipo. Arriba,
en las altas cumbres, la soledad lo invade todo. Los hombres
que transitan por allí se acostumbran al silencio
de este paraje, imbuidos en la extraña vegetación
achaparrada que los observa inanimada junto al viento que
sopla ruidoso... El camino pasa por un costado del embalse,
y por allí circulan camiones a buscar la minería
extraída de los cerros durante los meses estivales.
Hace años subían muchos más que hoy.
La explotación era mayor y se trabajaba noche y día
sin reparos. Los turnos variaban, pero algunos, por sacar
más billete, se tiraban de largo. |
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El hombre
que me contó esta historia sólo lo hizo una vez,
porque lo que le sucedió lo dejó pasmado y de ahí
dejó los turnos de noche
Fue un viernes.
Tenía que darse ya la última vuelta. Iba solito,
como todos los camioneros, sólo con la compañía
de la radio chicharrienta del camión. Le ponía
casetes de boleros porque era la música que más
le gustaba. Le traía viejos recuerdos de amores ya pasados,
de esos que no se olvidan y que dejan huellas en el corazoncito...
Así iba subiendo por el Cajón del Yeso. Era re
tarde, no sabe qué hora, sólo las estrellas y
la luna creciente lo acompañaban. Tarareando y surcando
el serpenteante camino iba el hombre, hasta que llegó
al Embalse del Yeso. Se refregó los ojos porque debía
despertar, ya que el camino allí se pone delgado y las
curvas más acentuadas. Llevaba como dos kilómetros
adentrándose hasta que vio a lo lejos un camión
que se acercaba rápidamente. Pensó que quizás
se le habían cortado los frenos, de modo que se echó
a un lado del camino y haciéndole cambio de luces lo
esperó. Pero el camión no se acercaba. Lo encontró
raro pero siguió esperando. El ruido del motor se hacía
cada vez mas fuerte, hasta tuvo que apagar la radio, pero el
camión no llegaba. Le dio susto. Estaba solo en medio
de una ladera abrupta y el inmenso embalse. Se calmó,
tomó agua, pero el camión no llegaba. Decidió
seguir el camino. Hizo cambio de luces y continuó muy
lento. Al llegar a una de las curvas más peligrosas tocó
la bocina para que lo oyeran, pero, para su sorpresa, se encontró
con el otro camión frente a frente. Las luces lo encandilaron
y solo atinó a frenar. El camión pasó por
su lado a toda velocidad tocando las latas del suyo. Todo sonaba
y él sólo cerró los ojos y rezó,
porque pensó que iba a morirse. Al abrirlos, ya no había
nada, ni ruido, ni luces. Rezó hasta que más no
pudo. No podía manejar, tiritaba, y tampoco se atrevía
a bajarse, porque quizás el hombre se había caído
al agua. Sacó fuerzas de flaqueza y con una linterna
chiquita miró el camino. Vio el embalse, pero ni huellas
del camión. Hasta llegó a pensar que todo había
sido producto de su imaginación, porque por su lado no
cabía otro camión. Al abrir la puerta, sin embargo,
vio el rasguño que le dio. Se subió rápidamente,
echó a andar y continuó. Vio que al terminar el
embalse había gente acampando. Se bajó y contó
lo sucedido. Le dieron unos tragos de coñac, y allí
pasó la noche.
Al día
siguiente, ni siquiera se apareció a cargar. Bajó
donde el patrón, entregó el camión, se
tomó vacaciones y buscó trabajo en otra parte.
De noche no laboraría nunca más. Conversando
con otros camioneros supo que no era el único en haber
visto esas luces en el embalse, pero nadie lo había
tenido tan cerca. Supo también que se trataba de un
camión que cayó a esas aguas. El cuerpo de aquel
hombre sigue allí, y sólo pide su rescate y
su santo entierro...

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