Por:
Yssia Ojeda Contreras.
Llegaste
a mí por el año 1996, regalo de mi hija,
ya que yo estaba muy deprimida. Había llegado con
mi esposo a Purranque y no estábamos nada de bien.
Yo creía que ibas a ser chiquito pero alguien me
dijo que tenías la pata grande y que eras un mestizo
pastor. El nombre Cacho te lo puso mi nieto. Te convertiste
en mi sombra. Tenías dos meses. Un día enfermaste
y te llevé al veterinario del pueblo. Me dijo que
estabas desnutrido, te dio unas vitaminas, pero no mejoraste.
Te llevé a Osorno, pues el veterinario sólo
acostumbraba a ver vacas. Te tomé en brazos y partimos.
La doctora me dijo que debía dejarte hospitalizado.
Te quedaste aullando cuando me fui, y al cabo de cuatro
días te dieron de alta. Empecé a enseñarte
algunas cosas de un libro. En tu desarrollo rompiste la
puerta de la cocina y ropa de los cordeles. Como allá
llovía mucho, entrabas embarrado, pero todo te
lo perdonaba. Eras el motivo para levantarme cada día
de la cama, y me dabas tanto cariño que no concebía
mi vida sin ti.
|
|

|
No te movías
de mi ventana, salíamos a pasear por el campo, jugábamos
a saltar una valla...
Pero un
día volvimos a Santiago. Aquí no había
campo pero salíamos a caminar por las plazas. Te convertiste
en un lindo perro y en un mejor guardián, eras con quién
conversábamos a diario mi esposo y yo. Un día
recogí una gatita y te llevaste bien con ella. Los años
pasaron, y cuando tenías siete te traje un perrito de
dos meses, el Fanto. Creció a tu lado, pero tú
eras siempre el preferido.
Mi esposo
me invitó al sur de vacaciones y debí buscar a
alguien que te conociera a ti y a Fanto y la gatita para que
los cuidara. Hablé con mi vecina. A los pocos días
tú y Fanto se escaparon. Tal vez se sintieron abandonados.
Al saber que estabas perdido (ya que Fanto regresó),
lo único que hice fue llorar. No podía comprender
que no estabas. Apenas llegué salí a buscarte,
pero nada. Ofrecí recompensa a los niños del barrio.
Ya ha pasado más de un mes y sigo pensando que cualquier
día estarás en la puerta. Eras tan cariñoso
conmigo. Hay un vacío en esta casa, mi vida no es la
misma, mi esposo te echa de menos. No sé por qué
no has vuelto. A lo mejor te enamoraste. A mí no se me
acaba la pena. Eras mi amigo confidente. Con mover la cola yo
sabía que me entendías. Por ahí me dicen
para qué llorar tanto por un perro, pero tú me
salvaste la vida. Deseo que San Francisco de Asís te
proteja y te enseñe el camino para regresar a mi lado.
Yo te estoy esperando.
Puente Alto, 18.3.2005.

|