Relato
hablado, rescatado por Cecilia Sandana G.
Creo
haber tenido como quince años, trabajaba en lo que
viniera. Vivía en un rancho, en la parcela de un
hombre que me daba cama y comida y de pasada yo le cuidaba
sus animales. Él era un hombre moreno, alto, muy
delgado y tenía su cara muy arrugada, siempre se
tapaba los ojos con un sombrero, decía que estaba
enfermo de la vista. Nunca daba la cara, no era hombre de
muchas palabras, mas bien hablaba entre dientes, era como
si siempre estuviera arrancándose de uno. Vivía
en la soledad misma, decía que no tenía a
nadie en esta tierra, jamás nadie lo visitaba. Bueno,
que con lo arisco que era... ni siquiera a mí me
dejaba entrar a su casa. Bajaba a San José de Maipo
muy pocas veces, creo que una vez al mes, |
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en busca de
mercadería, de ahí se encerraba en su parcela.
Pasaba largas
horas dentro de su casa y a la hora del calor salía,
se sentaba bajo un sauce, en una silla de mimbre a leer libros
tan viejos como él. Yo trataba de meterle conversa, pero
rápidamente me corría, me mandaba a regar el potrero
o echarle pasto a los caballos. Cuando bajaba el sol yo salía
a dar un paseo y a conversar un poco aunque fuera. Siempre me
encontraba con los mismos cabros, eran todos pelusones y constantemente
me molestaban diciéndome que el viejo donde yo vivía
me iba a convertir en ratón de orejas largas si yo seguía
estando con él, porque todos en el Cajón del Maipo
sabían que el hombre practicaba magia, pero no de la
buena, era brujo de esos que se convierten en tue-tue. No voy
a negar que a veces me daba miedo en la noche, cuando los perros
aullaban sin descansar y a lo lejos el canto del pájaro
del diablo se oía, pero me negaba a creer en las habladurías
de la gente, que siempre son mal intencionadas y tratan de poner
mal sólo por el hecho de no conocer a las personas.
Pero quería
sacarme la incertidumbre. ¿Cómo lo haría?
Me daban ganas de quedarme despierto en la noche, espiándolo,
pero el sueño me vencía y me tapaba con las frazadas
hasta las orejas, así es que debía buscar otra
forma... Era día viernes me acuerdo y el viejo haría
su bajada mensual al pueblo. Me pidió que cuando volviera
tuviera limpio el patio y las caballerizas, porque él
regresaría en la tarde y revisaría todo. Le ensillé
la yegua y partió. Yo hice las cosas que me pidió
y me acosté en el pasto a comer ciruelas verdes con sal,
hasta que de tanto pensar en descubrir al brujo se me ocurrió
entrarme a su casa. Salí corriendo a su puerta, pero
estaba cerrada con un tremendo candado. Empecé a mirar
por las rendijas, pero la oscuridad no dejaba ver nada, solo
se sentía el runruneo del gato del hombrón. Di
la vuelta a la casa y me di cuenta que había una ventana
entreabierta. Me dio miedo, la verdad, pero tenía que
saber si lo que las gentes decían era cierto, porque
si estaban en lo correcto yo me iría esa misma tarde,
porque no iba a esperar que me convirtiera en que sabe qué
animal.
Abrí
la ventana. Adentro se veía todo sucio, había
telarañas por todos lados y salía olor a encierro.
Me persigné y me metí. Me palpitaba el corazón
muy fuerte, como si fuera a explotar, pero debía ser
valiente para descubrir lo que estaba pasando. Prendí
una vela y empecé a caminar por todas las piezas. No
se veía nada extraño, nada que yo pudiera asociar
a brujería, aunque el gato no me quitaba los ojos de
encima y me ponía nervioso, así es que de una
patada lo eché... Seguí buscando indicios, pero
nada. En eso se me ocurrió revisar sus añejos
libros. Era lo único que no tenía tierra, habían
hartos en la repisa. Tomé el más grande y lo abrí.
Dejé la velita a un lado para no mancharlo con esperma
y me acerqué. Yo leía más o menos chancadito,
tenía que juntar las letras, y eso hice. Para mi sorpresa,
el libro era de magia negra. Lo solté, me dieron ganas
de arrancar, pero debía saber de qué cresta se
trataba. Eran así como unos versos, no entendía
muy bien, pero en eso empecé a sentir frío. Miré
para el lado y había una culebra desenrollándose.
No atiné a nada, estaba pasmado de terror y fue entonces
cuando me tocaron el hombro. Se me salió un grito. Iba
a arrancar pero no pude. Me di vuelta y era el viejo que estaba
parado a mi lado. Nunca supe como entró, pero estaba
frente a mí. Ya no me salía el habla. El viejo
me tomó de un brazo, me sacó de la casa y me dijo
"que esto le sirva de experiencia pa´que nunca más
se meta a revisar cosas que no son suyas, ñor".
Salí
corriendo cerro arriba sintiendo que alguien me perseguía,
hasta que paré en un árbol. No quería volver
más, pero las pilchas que había dejado era lo
único que yo tenía. La verdad es que no me importó,
así que seguí corriendo y no volví a esa
parcela nunca más... Años más tarde me
contaron que habían encontrado al viejo y al gato muertos
bajo el sauce, pero nadie se quería hacer cargo de su
cuerpo. Fue alguien de por ahí cerca a la Iglesia para
poder darle sepultura, pero cuando fueron a verlo el cuerpo
ya no estaba, desapareció como si alguien del mas allá
se lo hubiera llevado.

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