Por
Carmen M. Figueroa B.
Carmen Miriam Figueroa Baeza nació en Chile y
vive desde hace 25 años en California, Estados Unidos,
junto a su familia. Después de todo ese tiempo decidió
venir a su país de origen, específicamente
al Cajón del Maipo, con el fin de hacer ciertas reflexiones
sobre su vida de niña en su tierra. Aquí presentamos
un resumen de esas reflexiones, escritas en una cabaña
situada en el Camino al Volcán, cerca de San José.
Estas
líneas son el comienzo de una mujer totalmente emancipada.
Hace casi un mes que estoy en este lugar tan apacible. Me
siento como un pájaro. Cajón del Maipo, pueblo
pobre, apacible, lleno de gente que ha vivido toda su vida
aquí, conformista. Veo en cada casita un negocio:
empanadas, sopaipillas, verduras... La plaza, los domingos,
está llena de comerciantes: cosas artesanales, bonitas,
y mi locura: libros. Pero mi tiempo es mirar estos cerros
tan silenciosos, a veces negruscos, otras verdes. Dentro
del silencio parece que siempre dijeran algo. Lo mismo pasa
con el viento. Aquí todo es silencio, pero todo habla.
Uno puede dormirse de sólo mirar las aguas torrentosas.
Yo converso con el río y él me contesta,
me dice lo estás haciendo bien, eres romántica,
sensible, creías tenerlo todo, pero te ha faltado
valorarte. Lo esencial en la vida es ser amada, y también
amar. Ahora me doy cuenta que esa es la verdad. Siempre
para mí el amor ha sido una quimera, algo inalcanzable.
Hay mucho tiempo y mucha distancia de por medio. Aquello
de mi adolescencia fue tan hermoso, algo infantil, pero
tan intenso que jamás se puede olvidar. Creo que
sólo se ama una vez en la vida. |
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Cuando era
pequeña mis padres me enviaban a casa de mis abuelos
por largo tiempo. Yo partía en tren, y a medida que iba
pitando y echando humo sentía que se iba mi alma y mi
corazón, porque me iba alejando de mis padres y hermanos.
Pensaba que nadie me quería. Han pasado muchos años
y nunca he podido superar ese desamor. ¿Mi madre sufriría
como yo? Ahora que estoy en este lugar hermoso puedo comprender
ciertas cosas. Sigo sola, pero me gusta. ¿Por qué?
Era mi destino.
Creo que
uno puede torcer un poquito el destino, sin tirar mucho para
que no se rompa, solamente sacar de mi corazón lo que
por tanto años he tenido en él. ¿Por qué
tengo que venir hasta este rincón para hacerlo? No sé,
quizás la mano de Dios me trajo. Porque estando aquí
he revivido mi niñez. Fue en un lugar así donde
desde muy niña aprendí lo que es la soledad, la
tristeza, el abandono. Eso fue lo que me hizo crecer. Mi bisabuela
era chiquitita, muy parada, muy inteligente. Los cuentos que
me contaba no eran muchos, pero estaban llenos de proverbios
que nunca he olvidado. Se los repito a mis hijos, a mis nietos.
Mi'hijita, me decía ella, cuando tengas mi edad sabrás
tanto como yo. Y yo pensaba como podré esperar tanto
para ser tan sabia como mi bisabuela. Ya a mi corta edad
yo era impaciente, siempre con ganas de saber más y más.
Alguien
me preguntó ¿no hiciste un buen matrimonio? Y
yo contesté me casé con el hombre equivocado.
Lo que pasa es que la rutina no me había dado tiempo
para darme cuenta que hace mucho tiempo se acabó el amor,
o que quizás nunca existió. Cuando llegan los
hijos una no tiene tiempo, es sólo mamá. Y tiene
que ser buena mamá, buena esposa, buena dueña
de casa, cumplir como mujer, salir a trabajar. Mi problema ha
sido dar mucho sin recibir nada. Con tanto esforzarme para conseguir
lo que he logrado olvidé que mi vida era sacrificio,
conseguir metas, no sólo para mí, también
para los míos. Y es triste darse cuenta que la persona
que ha estado a tu lado por tantos años jamás
te ha querido entender. Pero no por tanto trabajar he dejado
de ser una persona que siente, que piensa, que quiere algo diferente
a sólo cumplir con los deberes de esposa, de madre. Por
eso pienso que lo estoy haciendo bien, y todo mi ser, el río,
las montañas, el viento, la lluvia, el frío y
la soledad, me dicen lo mismo. Sigue, sigue, no te detengas,
llegó tu tiempo. Si la persona que ha estado a tu lado
por tanto tiempo no te ha logrado entender, es porque no hay
amor. Por eso fue esa mi respuesta cuando me preguntaron por
mi matrimonio.
¿Qué
hago, bisabuela? Sé que ella me diría sigue adelante,
no hay peor empresa que la que no se hace. Esta empresa es una
ilusión, un pasado, una esperanza, un miedo. Mi corazón
late tan fuerte que me da temor que explote. No es la primera
vez que siento estas palpitaciones, las he llevado a través
de mis años. Si esto no es amor, ¿entonces qué
es? El pasado renace en mi corazón. La pena y la angustia
me llaman. Y me digo olvida el pasado, pero la esperanza me
hace recordar cosas que están muy dentro de mí,
cosas que tienen un nombre, y ese nombre es amor, pasión,
ternura, caricias que sólo una chiquilla de dieciséis
puede sentir así. Y esa es mi búsqueda.
Tengo mucho
de niña todavía. Hoy día volví a
la realidad de muchos años atrás. Mil recuerdos
de cuando tenía dieciséis. Han pasado muchos años.
Esa realidad es cruel y al mismo tiempo hermosa, porque hay
amor en ella, química, ternura, deseo. Hoy lo volví
a ver. ¡Querida niña, cuántos años!.
Estas palabras me hicieron vibrar como hacía años
no lo hacía. Me sentí feliz, sentí que
la sangre corría por mis venas. Nunca pensé que
una voz pudiera volver a ser tan tierna, tan llena de amor,
como fue tantos años atrás. Era la voz de un hombre
blanco en canas, con muchas arrugas, con un pasado triste, de
esfuerzo, de enfermedades, de mujer en mujer, siempre buscando
lo que perdió hace tantos años, su verdadera pasión,
por culpa de esa otra pasión pasajera que lo hizo perder
su vida misma, esa pasión ajena que yo no supe comprender,
la que me mató en vida. Es esa voz maravillosa la que
hoy me hizo volver a la realidad, esa voz con experiencia que
me ha hecho entender que la vida no es como uno quiere que sea.
Es como tiene que ser. Esa voz tiene una pareja, tiene hijas,
nietos, bisnietos. Pero lo lindo de esa voz es que siempre ha
tenido dentro de su corazón a su niña de dieciséis
años, cuando nos conocimos. Y me cuenta que todo lo que
le ha pasado ha sido por no haberme dicho la verdad, me cuenta
su historia de pasión contenida hacia mí, la que
lo llevo a otros brazos, en los que no hubo amor. Hace de esto
cincuenta y dos años, y es tan grande el cambio físico
que si hubiera pasado por mi lado no hubiera sabido quién
era.
Siempre
que he vuelto a mi país he venido por una quimera, por
algo que nunca se concretó, una ilusión hermosa
de adolescencia, algo que muchas mujeres como yo han llevado
muy dentro. De niña era tan grande mi imaginación
que veía siempre a un príncipe encantado que me
venía a rescatar de mi soledad. Mi príncipe encantado
de ahora tiene muchos años, quizás más
de los que tenía mi bisabuela entonces. Y la voz me dice
la vida te ha tratado bien, no has cambiado, te habría
reconocido en cualquier parte, sigues siendo la misma. Mírame
a mí, soy un despojo humano, no tengo nada que ofrecer.
Y yo pregunto acaso el amor, la ternura, ¿no valen? Y
la voz me contesta sí, me vida, pero el pasado es pasado,
y tú tienes un futuro, un hogar, tus nietos, un esposo,
un país donde hay una vida hecha. Tiré mi suerte
cuando una necesidad hormonal me alejó de tu lado. Siempre
supe que tú no soportabas la mentira. Nunca pensé
que la pasión de una noche me haría perder la
única pasión de toda mi vida, la que he llevado
dentro a través de todos mis años. Pero ya es
muy tarde, han pasado muchos años, no se puede retroceder
en el tiempo.
Y tiene
mucha razón. Pero la ternura que tú todavía
tienes amor es lo que más he recordado siempre. Nunca
nadie me trató como tú lo hiciste. Y ahora que
te encontré viejo, como un despojo humano, tan cerca
pero al mismo tiempo tan lejos de mí, me pregunto, amor
de toda una vida, ¿no te quedaría un poquito de
ternura para mí? Si la mano de Dios me trajo hasta aquí
es porque si nos unió un día de juventud no fue
para después separarnos sin un nuevo encuentro, sin la
ocasión de volver a mirarnos a los ojos para expresar
nuestras emociones y de saber si realmente todos estos años
de añoranzas no han sido cosas de una loca, como diría
mi marido. Si así fuera, ya no quiero vivir.
Ya nada
importa, quedan sólo cenizas, pero queman más
que las llamas de nuestra juventud. Es increíble, estoy
sonriendo, meses que no lo hacía. Y contesto a la voz
maravillosa tienes razón mi vida, no se puede retroceder
el tiempo, sólo miremos lo que nos rodea y nos unió
por siempre, este hermoso sitio, este invierno que calentó
nuestros huesos en medio de su frío, esta primavera que
se aproxima. Unamos nuestras voces y gritemos a través
del río, el viento, los árboles ya floridos. Y
los ecos de la soledad gritarán entremedio de los cerros.
Y aquí
escucho la voz de mi bisabuela. Ay mi niña, siempre fuiste
tan soñadora. Aunque fuera tarde, encontraste al príncipe
azul. Ya sabía que lo harías, porque nunca olvidaste
los mágicos proverbios y supiste aplicar el mejor: "la
fe y el amor mueven montañas". Y yo respondo gracias
abuela por tus enseñanzas, gracias destino. Y gracias
al Cajón del Maipo que me hizo encontrarme a mí
misma, al amor perdido. Gracias a Dios, porque si este ser supremo
no existiera y no hubiera escuchado mis ruegos, yo seguiría
vacía, como lo estuve casi toda la vida. Ahora estoy
tranquila, en paz, porque estas voces por fin se encontraron
y pudieron decirse cuánto se amaron a través de
todos estos años.
Todo tiene su tiempo: nacer, amar, desear, cumplir, crecer,
avanzar, agradecer... Todo tiene un sentido y un miedo a errar,
y es ese miedo el que no me deja ser yo misma. Me hace débil,
egoísta. Busco compañía, pero no puedo
contar mis ansias. Quiero algo, no sé qué, algo
que me haga feliz, llena, sin temor ni remordimiento, sólo
ser yo, sentirme completamente mujer, sin ataduras. Un día
el corazón muere, pero el alma no. Será el alma
la que nos juntará en el más allá, cuando
nuestros días lleguen. Pero el alma no da consejos. Es
pura, noble, nos mira con amor, pero no habla como el corazón.
Estoy ansiosa, todavía siento esa pasión. Me siento
tan sola. Llueve, el cielo está oscuro, hay nieve, hace
frío. Miro a mi alrededor, sólo veo el cielo,
árboles. Siento el viento, el río, siempre corriendo
en una interminable ida. No entiendo lo que me quiere decir.
Desde que pensé venir a mi país sentí que
alguien me tomaba de la mano, y supe que esa mano me iba a llevar
a mi búsqueda de tantos años. Y sí encontré
ternura, pasión, palabras lindas, las que tanta falta
le hacen a toda mujer y que tan poco saben dar los hombres.
Y eso vino acompañado de la misma pureza de un hombre
que sabe amar. Antes se alejó porque yo era una niña
y ahora porque ya es tarde. Allá lejos tengo un hogar,
una familia, un trabajo. Él me lo dijo: un futuro. Y
aquí no tengo nada. ¿Por qué para algunas
personas nobles es tan fácil ser noble? ¿Y qué
ganamos con la nobleza si nos quedamos con el corazón
roto, recapacitando dentro de las lágrimas? Nadie tiene
la culpa de que existan grandes amores, como los de estas dos
voces que se reencontraron. Antes se desearon con una triste
mirada y con esa barrera de la sociedad, los prejuicios: si
es apenas una muchachita. Después los compromisos, la
gran distancia que nos separa, los hijos y los nietos que a
un par de viejos responsables tanto les tira. Sólo me
queda acatar y escuchar la voz de la cordura.
No sé
qué nombre poner a esta despedida que nos está
rompiendo el corazón. Se acerca la hora de partir, en
un mes tengo que irme. Las responsabilidades me llaman y no
puedo rehusar. Lo único que pido a Dios es que me tome
de la mano, como lo hizo cuando me trajo hasta acá, y
que me lleve al lugar que me corresponde, donde encuentre palabras
lindas, miradas que lo dicen todo, como lo sentí de niña.
Me bastó ver sus ojos para saber que nunca me olvidó.
Yo nunca lo olvidaré. Pero ahora hay una diferencia:
en mi estadía aquí en el Cajón del Maipo
maduré, aprendí que todo tiene su tiempo. Nunca
hay que esperar tanto para tomar decisiones. El pasado se puso
añejo. Una puede guardar un lindo recuerdo y continuar
amando algo lejano a pesar de creer ser feliz con la vida que
ha elegido: formar, lejos, una familia, con otro hombre. En
este instante sólo puedo decir con una ternura infinita
adiós mi amor de toda una vida, algún día
estaremos juntos por toda la eternidad en el lugar que nos corresponde,
en el más allá. Y ese lugar será aquí,
este valle grandioso, pequeño y sublime donde aprendí
lo que es la fantasía, la ilusión, la quietud
y el significado de un gran amor. Ojalá en el más
allá encuentre a ese príncipe, uno que no tenga
miedo de amar, vergüenza de mostrar sus sentimientos, como
si amar a una niña fuera algo sucio y sólo se
pudiera mostrar en la oscuridad.
Cierro los
ojos, tiro un beso a estos cerros, al viento, a los árboles,
a la gente, a todo lo que me hizo crecer. Gracias por los recuerdos
que me llevo. Gracias, Dios, por tomar mi mano y guiarme hasta
acá, y también gracias por regresarme ahora junto
a los míos. El pasado es sólo pasado. Trataré
de ser feliz. Con el presente.
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