Por:
Benedicto González Vargas.
Al
inicio de un nuevo año vale la pena detenerse
a imaginar cómo fue el primer día, aquél
que inició la historia del mundo y que está
en el origen de nuestra propia existencia. Mucho antes
que nosotros, hace miles de años, esta misma
inquietud encontró variadas respuestas entre
los aborígenes americanos, creándose una
rica literatura oral, que la tradición primero
y las crónicas después, han preservado
para nosotros.
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En
aquellos lejanos días, nuestras viejas -y extraordinarias-
civilizaciones precolombinas nada sabían de la Biblia
cristiana, de la mitología egipcia o grecolatina, de
los dioses de oriente ni mucho menos del big bang. No obstante,
lograron intuir el origen del mundo. De ellos, de su literatura
sagrada, de su mitología, hablaremos hoy, en plena era
espacial y cuando un nuevo milenio está recién
en su primer lustro.
Antes que
hubiera día en el mundo, los dioses se juntaron en aquel
lugar llamado Teotihuacán... Así empieza el mito
náhuatl que relata cómo Tecuciztécatl y
Nanáhuatl, luego del periodo ritual de penitencia en
los montes, debieron ingresar al fuego; ambos dioses murieron
quemados. Del uno nació la luna; del otro, el sol. Quetzalcoatl
y Xipetótec dijeron : "Aquí, de esta parte,
ha de salir el sol", y apuntaron al oriente y asomó
el sol que era muy colorado y enceguecía a quienes lo
miraban. Al mismo tiempo, también por oriente, salió
la luna. Los dioses sentenciaron: No está bien que sol
y luna alumbren igualmente, sólo el sol debe tener luz
radiante..." Uno de los dioses, entonces, lanzó
un conejo al rostro de la luna y ésta se oscureció.
Luego fue necesario que el viento soplara fuerte para que ambos
astros se empezaran a mover y separaran sus caminos. Ese es
el primer día del mundo para nuestros padres aztecas.
Aún
no había hombres, ni animales, ni pájaros, ni
peces (...), sólo existía el cielo. Aún
no estaba visible la superficie de la Tierra; sólo exstía
el mar y el cielo. No había cosas en orden... Tepen Gucumatz,
padre y madre de todo lo creado -ser divino que encierra en
sí tres manifestaciones-, empezó a retirar el
agua que cubría la superficie de la Tierra, luego sembró
vegetales. Se formaron después los montes y tras ellos,
creó los animales. Entonces formó hombres de barro,
después de madera, pero no le gustaron al Creador y formó
hombres de maíz: Balam Quitzé fue la primera gente;
la segunda, Balam Acab. Así fue el primer día
de nuestros padres mayas.
El sol y
la luna sólo se habían visto de reojo, pero el
Dios Que Ordenó Todo, les dio licencia para encontrarse
y se enamoraron. De su amor nació Inca y Mama Cocha.
Bajaron a la Tierra y el Imperio comenzó. Así
lo contaban nuestros padres incas.
El espíritu
más poderoso aplastó a los menores que se habían
rebelado y los convirtió en montañas; a los arrepentidos,
en estrellas. Luego envió a su hijo Lituche a la Tierra,
pero lo lanzó con tanta fuerza que se golpeó en
el suelo. Su madre abrió una ventana en el cielo para
mirarlo; ella es Kuyén, la luna. Al tiempo, Lituche se
sintió solo y pidió compañía. El
buen Nguenechén dejó caer con gran delicadeza
a Domo, la mujer; por donde ella pasaba la tierra florecía
y daba frutos. Allí empezó todo, se enamoraron
y el mundo fue más bello. Así lo intuyeron nuestros
padres mapuches.
La tierra
y el agua se hicieron al mismo tiempo en todas partes, pero
no todos los árboles brotaron el mismo día, ni
los pájaros nacieron a la misma hora, ni las flores abrieron
al mismo tiempo. En cuanto a los hombres, nacieron muy lejos
de aquí, en lo más alto de una montaña,
siempre vestida de verde... Hasta que un día llegaron
Ubirá y Agusá, los dos primeros hombres de Karunkinká.
Hayen, la mujer, llegó después. Por ella ambos
se mataron. Así lo enseñaban nuestros padres onas.
El primer
día del mundo fue también creación divina
para nuestros antepasados americanos. Ellos aprendieron a cuidar
la tierra y a convivir en armonía con la naturaleza.
Ojalá que este nuevo año sea la oportunidad para
que nosotros empecemos, de una vez por todas, a hacer lo mismo.
¡Feliz Año Nuevo!
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