El amor
y el desamor son una preocupación recurrente para el
ser humano. La gran cantidad de canciones dedicadas al tema
da cuenta de este desvelo. Y aquí, en esta cuenca, el
amor cae de cajón. Quiero aprovechar este espacio, dedicado
a contarnos unos a otros las grandes o sencillas -pero verdaderas-
historias de amor, empezando con mi relato, para que luego pase
por un zapatito roto y alguien más cuente otro.
Esta
es una historia de amor jugada y valiente, de las pocas
que van quedando en estos tiempos donde predominan las
sociedades de conveniencia civil.
Quienes
fueron:
Ella era periodista formada en la Universidad Católica,
tenía estudios en Europa y seminarios de actualización
permanentes. Comenzó a trabajar en su profesión
y en otras artes aún antes de egresar de la Universidad.
Su barrio de niña era Vitacura, hasta que se trasladó
a vivir a San Alfonso en el Cajón del Maipo y ahí
se quedará hasta el día de su muerte.
Su compromiso
con la comunidad cajonina se veía desde las distintas
organizaciones donde participó o en aquellas que
creó y potenció, para intentar mejorar la
calidad de vida de quienes sufren el rigor de la cordillera
como forma de vida. Ella consideraba que su entorno era
bello, pero poco valorado. Trabajó y se empeñó
en mostrar una nueva forma de mirar y |
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vivir la naturaleza
y las tradiciones de nuestro país. Amaba los cerros. Necesitaba
de la armonía de los manantiales y consideraba sagradas
las formas liticas de los riscos montañosos.
El, era
arriero y cabrero de oficio. Lo aprendió de sus padres
que lo educaron en las majadas veraniegas de los cerros Cajoninos.
Durante el invierno luchaba contra las malas condiciones de
transporte y climáticas para ir al colegio. Por eso muchas
veces no iba, pero no le gustaba faltar. Más le gustaba
aprender y era su mejor forma: sus mejores ropas eran las de
su uniforme. Su padre además le enseñó
el oficio de cantor y verseador y en su esfuerzo de hombre pobre
supo juntar ahorros y finalmente destinarla a una guitarra.
De segunda, pero guitarra al fin y al cabo. Hijo del rigor,
decía su tío músico y pronto la mente vivaz
de su destino geminiano, superó al de su maestro. No
le costó nada ser el payador más diestro de todo
el Cajón en la improvisación de décimas,
sextillas y otras formas de poesía popular. Su ingenio
era imbatible, y su memoria admirable. Entregaba un humor fino
pero incisivo. Nadie podía negar su ocurrencia genial,
ni la sensualidad inteligente de lo que creaba tanto en su oficio
de cantor como en el de arriero. Diestro domador y educador
de caballos, establecía con ellos una comunicación
no verbal tremendamente eficaz. Y pese a su pobreza y corta
educación, casi todo en él era inteligencia y
pasión.... Caballeroso de formas, no sólo conocía
mucho de su cultura. La creaba con su forma de decir y pensar
las cosas.
Se conocieron
en un paseo donde él era el arriero y ella la gringa
turista. El en-cantaba con su guitarra y así abrigó
los días de tormenta que les tocó enfrentar. Era
cuentero de la vida cordillerana y a ella le gustaban las historias.
Total, era periodista.
La última
de las seis noches con sus siete días que les tocaría
estar, fue una noche en que el fuego del fogón fue especialmente
caluroso, especialmente luminoso y bello. Tanto, que la poesía
les brotó a dos razones sin esfuerzo alguno. Fluía
tan bien que él acercó su frente a la frente de
ella...ella juntó sus labios con los labios de él,
él apretó su cuerpo un poco más...y todo
fue fuego de fogón. Se maravillaron. Pero...
El era casado y tenía un hijo de cinco años.
Ella recién separada, con dos niños de 9 y 14......
El era el
domador más diestro de su comuna, ganador de todas las
pruebas. Invicto en la mayoría de los rodeos laborales
donde participaba. Su habilidad como talabartero hacía
que sus aperos destacaran del resto. Conocía técnicas
de nudos y trenzados que hoy están en vías de
extinción. Enseñanza de su padre que además
era su collera y su mejor amigo.
Rara vez bajaban de su pueblo cordillerano a la ciudad y así,
eran felices.
Ella trabajaba
en la televisión llevando un programa de educación
a distancia y era periodista comprometida con la ciudad profesional
y moderna.- Y así era completa.
El tenía 29 años.
Ella entraba a los 40. Ambos
amaban la cordillera y sus fronteras.
Amaban ambos campear y viajar en compañía de sus
caballos.
Amaban la copla y los versos.
La fuerza que lograban como equipo quedó plasmada en
los muchos proyectos que ganaron y realizaron.
Su creatividad se complementaba en el mundo externo y en el
personal... creaban poesía, desafiaban la nieve, el viento,
la distancia y el miedo para juntarse y amarse. Eran los momentos
más llenos de sentido y de sentidos que ambos hubieran
experimentado nunca.
Hasta que
un día él no pudo más y cedió a
la hecatombe: Dejó a su mujer y a su hijo. Ella hizo
de tripas corazón y aceptó quedarse con él
por sobre la condena social y familiar. Juntos transformaron
la vergüenza en humor. Caminaron por caminos de Canto a
lo Humano y a lo Divino. Sus cuerpos se juntaban para volar
y amarse desde el alma hasta el sexo. Su entrega era permanente,
sin tapujos ni razón. Su sexo era completo, envolvente
y ella, como mujer fiera que era, no podía permitirse
el lujo de ser ingenua. Así es que era mujer sabia a
la hora de amarlo, buscando en todos sus rincones lo que le
hiciera feliz, y lo lograba. El la comprometía, la impulsaba,
la llenaba de su fuerza y su cariño. Su urgencia la apremiaba
y en toda hora, las más insólitas y en cada lugar,
los más improbables, se entregaban en su afán
de búsquedas y encuentros frenéticos hasta quedar
inmóviles, deslumbrados, colmados el uno del otro. Nunca,
ni durante las más fieras peleas fue distinto.
Pero...
Fue tanta la condena que tuvieron que invertir gran parte de
su amor en combatir la ferocidad de ir a contrapelo, tuvieron
que armarse con la fuerza del que se salta todas las reglas.
Y el amor fue más fuerte. Levantaron una casa y en ella
crearon mil castillos en el aire, que luego bajaban a la tierra.
Porque el amor era más fuerte. Cruzaron fronteras, conocieron
otros territorios, cantaban su amor en los escenarios, día
a día aprendían...
En los cinco años que compartieron no sucumbieron a las
ironías, ni a los odios, ni a las displicencias, ni a
los juicios demoledores, ni al sufrimiento interno que les causó
el dolor de sus hijos y sus familias. El amor y la agilidad
que cementaba su vida común, era más fuerte. Pocos
vieron su intento de amarse de un modo nuevo, valiente, distinto;
pocos entendieron la cantidad de diferencias culturales que
debían superar, y esas dificultades atraían nuevas
dificultades.
La familia
de él apretaba el torniquete de las situaciones adversas
para demostrar que tenían razón, que era una locura
y que la vida está hecha de corduras. Pasó a ser
permanente la lucha contra un mundo irremediablemente crítico,
irónico y violento. Pobreza de espíritu. Familia
de pobres vivida en torno a la violencia. Pobres.
El se cansó
y sucumbió. La presión se le transformó
en violencia hacia ella. A ella su indiferencia se le envolvió
de celos. Tanto tratar de cambiar para entrar en su mundo, que
terminó por aniquilar su autoestima. Su inseguridad alimentaba
su desconfianza. Se odiaron y se amaron con la misma intensidad
y al mismo tiempo.
Tomaban
para olvidar. Pero no se olvidaban, sólo reaparecía
el dolor de la nostalgia y la necesidad del otro con más
fuerza que la vez anterior. Podían apartarse hasta tres
días y luego la urgencia de verse. Lloraban de rabia,
de impotencia. Lloraban porque nada podía ser fácil.
Lloraban porque querían saber quererse y sabían
que no podían sino quererse. Les aterraba el miedo que
el otro se fuera por otro camino.... pero ninguno de los dos
encontraba otro mejor. No se acomodaban a otro sabor. Echaban
de menos sus libertades dependientes, y en esa búsqueda,
encontraban aún más valioso lo construido, aunque
no fuera notorio para los demás. Es que ellos habían
nacido para estar juntos, y lo sabían; pero Dios se equivocó
en todas las coordenadas.
Fueron enseñanza
incesante el uno para el otro: Ella conoció y se enamoró
del mundo de los caballos. Su poesía se volvió
copla y verso. Conoció el canto popular. Se admiró
con la transformación de los cueros. Agradeció
su fuerza en la vida, su sabiduría en la cordillera.
El se hizo guitarronero, se subió a los escenarios a
cantar su verdad, perdió la vergüenza de ser arriero
y no ingeniero. Amplió su vocabulario y sus ideas, conoció
la riqueza del cine, de la literatura y de una conversación
en serio y de igual a igual con una mujer. Aprendió a
manejar y a usar la ciudad. Valoró más aún
su cultura cordillerana. Fue en ese aprender que se rompieron
mutuamente los esquemas:
Pero entre
lo bueno y malo, ella se dejó a sí misma colgada
en algún lugar. Trató de calzar en su mundo...y
no pudo; de incorporar las reglas de mujer sumisa que vive a
la espera de su hombre salidor y hacedor, el macho de campo,
y no pudo; de tener siete pulgadas de piel ante la ironía
y el desprecio de su familia, sus amigos y su comunidad, pero
siempre le dolió; de no estar siempre con reproches;
no obstante, alegaba; de hacer la vida liviana y alegre, aunque
estaba ansiosa; de tener lo que él amaba, sin embargo
lo alejaba. Día a día pensaba que si modificaba
algo, las cosas podían mejorar. Y algunas veces sí
mejoraban.
El dedicó
su risa, su canto y su alegría a los demás; pero
no soportaba que ella visitara a sus amigos de ciudad, que trabajara
hasta tarde, que creara proyectos con otros, que conversara
en las fiestas o que compartiera sus cuecas. Si llegaba a suceder,
a él le entraba una rabia compulsiva, la fregaba, celaba
y presionaba hasta alejarla. Lo mismo que ella a él.Fue
en ese ir y venir que ella insultó su alma, perdió
su dignidad, fue infiel a sus amigos, se olvidó de su
escala de valores, se dejó engañar, aceptó
la burla de su comunidad, se la jugó, se arriesgó,
mintió, invirtió, se le acabó la tolerancia,
desesperó ante su falta de paciencia, se enrabió
con su propia rigidez, con su propia forma de presionar; se
avergonzó de sus celos, se llenó de esperanzas
para luego hundirse en la angustia por su forma de estar y no
estar.Pero la potencia de este amor temerario no tenía
fin, ella no podía vivir sin su vehemencia. Y él
no soportaba estar lejos de su cariño, de su entrega
y de su forma de crear la vida. El vigor de uno era ímpetu
en la vida del otro. Nada... nada cambiaba el brío de
su necesidad por estar juntos. El ya era ella y ella, él.
No había separación, sus almas eran una sola cosa.
Todo el resto era mundano y su amor era divino. También
para él.Pero el amor no basta.
La última vez que él marcó su cara con
sangre y odio, ella decidió que nunca más. El
la buscó con obsesión. La llamó por teléfono,
le pidió perdón, la buscó en su casa, durmió
con su indiferencia, toleró su rabia. Se acabó
insistió ella, dolida. Pero su amor se negaba a morir
y él lo sabía. Estaban amarrados.
Por eso
cuando el martes 12 de noviembre él emprendió
rumbo al cerro de madrugada con su padre, él la llamó
al amanecer. Antes de partir le suplicó de nuevo que
regresaran a vivir juntos. Que después de reunir sus
vacunos, él bajaría a su casa a buscarla. Era
el tiempo de bajar los animales de las veranadas. Conocía
bien esos días y sus rutas; los había recorrido
durante toda una vida.
Ella repitió
que lo amaba con profundidad pero no tenía más
recursos frente a su forma de no ayudarla en la brecha con su
familia, de su forma de ignorarla cuando sus amigos la desconocían,
de su forma de vivir como si él no tuviera ninguna responsabilidad
en lo que ocurría. De su forma - informe de hacerse cargo
del amor - problema de ambos. Y le dijo que se dieran unos días
para volver con una fuerza renovada, con nuevas intenciones.Se
mató a las cuatro, montado en su caballo, sin poder cruzar
el río que lo reclamó sin devolución. Su
padre le lanzó el lazo monturero con toda la fuerza del
mismo lazo que los unía estrechamente por toda una vida
de andar juntos la cordillera, la guitarra y la farra. Se fue
con unos tragos en el cuerpo dejando todos los sueños
sin definir en el bolsillo y todas las puertas de su amor por
ella y en ella, abiertas. Y ahora es roca que se llevó
cabeza y pensamientos; requiriéndolo por siempre para
el río. No habla, no mira, no acaricia, no ve, no canta,
no es más que muerte.
Y ella fue
río, bajando inerte por el surco formado de rocas, que
ahora contienen una vida que avanza sin voluntad propia; reclamándose
para siempre como roca que no siente, materia paralizada y densa
y oscura. Convertida en torrente, en llanto permanente que sólo
espera llegar a la mar, que es el morir...
En los meses
que siguieron fue tan invadida por la muerte que ahora en vida,
es muerte que no define si llevársela y terminar todo,
o dejarla en paz para que empiece con todo.Esta es la historia
que demuestra que tanto amor y tanto dolor... no valen nada.
No valieron de nada....
De hecho, al cerrar esta historia, el computador se va a negro...
y en la radio Luz Casals canta el canto de ella: ...y
no me importa nada... DdO.
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