Por: Juan
Pablo Yañez Barrios.
Acabamos
de celebrar un año más. Hace unos seis mil
años el ser humano comenzó a contabilizar
el tiempo, al observar que tenía un buen principio
para hacerlo: la regularidad de los movimientos de los astros
y la repetición de ciertos estados climáticos
a lo largo de la vida. De este modo, numerosos pueblos aztecas,
mayas, egipcios, chinos, hebreos, etc.- establecieron sus
procedimientos para marcar en la línea del tiempo
sus eventos principales de toda índole. Así
nació el |
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concepto de
calendario, que, como su nombre lo indica, tiene como primer
propósito que el ser humano salde sus deudas. En efecto,
la palabra viene del latín calendae, que alude al
momento en que se debe saldar una deuda.
Son muchos
los calendarios que se conocieron antes de terminar en el que
usamos ahora. Está comprobado científicamente
que ha habido equivocaciones en el cálculo del tiempo
al pasar de uno a otro, y si a esto se le suman los numerosos
ajustes que se han ido haciendo para salvar dificultades impuestas
por los movimientos planetarios, resulta que la medición
de un año por ejemplo el 2004 no es más
que una simple convención para ubicarnos respecto a un
solo hecho: el nacimiento de Jesucristo.
Quizás
a más de alguno le sorprenda saber que el planeta Tierra
que tan amablemente nos cobija- tiene una edad aproximada
de... cinco mil millones de años. Diez mil millones de
años antes según cuentan las crónicas
científicas- había ocurrido el Big Bang, la gran
explosión que dio origen al universo. Entonces, lo único
que se puede decir con certeza es que todo comenzó en
una fecha sin fecha, sin edad, sin tiempo, cuando tremendas
convulsiones celestes dieron luz a la creación, hace
unos quince mil millones de años. Entonces comenzó
el tiempo.
Todo esto
es estupendo. El problema parece ser que nadie con su cabeza
bien puesta puede imaginar lo que son g5.000.000.000, o 10.000.000.000,
o 15.000.000.000 de años. Eso está fuera del alcance
del entendimiento humano. Lo que sí entiende ese entendimiento
es el calendario, y, consecuentemente, la necesidad de pagar
deudas. El ser humano vive de culpas, de pecados, de ofensas,
de desigualdades, de juzgamientos y sentencias, todo lo cual
constituye un constante adeudamiento, de por vida. Esto no lo
confirman sólo las guerras que ilustran la historia de
la raza humana, sino, hoy, cada suceso de cada día en
política, deporte, dinero... Todo da para agarrarse de
las mechas. De seguro sobre nuestro planeta no hay nadie que,
de una u otra manera, no tenga deudas (además de las
adquiridas para celebrar debidamente el advenimiento de 2004
con una farra o carrete que valiera la pena). Pareciera ser
que el pleito, la rivalidad, constituye la razón de ser
de la raza humana.
Así
pues, ahí está el calendario, para anotarle un plazo
a nuestras deudas pendientes. Total, el ser humano es diverso,
y sería realmente fastidioso que todos estuviéramos
de acuerdo en todo. Pero quizás pudiéramos llenar
nuestro calendario de eventos más gratos si le diéramos,
en nuestras vidas, más cabida a la palabra tolerancia.
Esta revista, al comenzar este nuevo año, reafirma lo que
ya dice su colofón: que el propósito de estimular
el valor de la tolerancia es un principio universal al cual adherimos,
sin olvidar, claro está, que una cosa es la tolerancia
y otra el abuso.
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