Por: Francisco
Javier Bécquer.
Francisco
Javier Bécquer... ¿quién es? Quizas muchos
se sorprenderan al saber que él vive en San José
de Maipo. Los lectores del Dedal de Oro ya están habituados
-y cada vez la buscan con ansias- a leer la leyenda que mensualmente
aparece en éstas páginas. Esos lectores saben
que esas leyendas son recopiladas y escritas por Julio Arancibia
Olavarría, y también saben que suelen comenzar
por un poema firmado por Francisco Javier Bécquer.
Pues bien, Julio y Francisco Javier son la misma personas.
Cuando Julio escribe ficción, ya sea prosa o verso,
firma con ese seudónimo. Ahora tenemos el placer de
presentar uno de sus numerosos cuentos.
Los
pálidos rayos de la luna que se entrelazaban en las
hojas de los árboles no fueron capaces de iluminar
el suelo corroído por las lluvias inmisericordes
del invierno. Pero a pesar de aquello, se podía sentir
el frescor de un nuevo amanecer aproximándose suavemente
tras la dama blanca que sonríe en el cielo.
Escondido
entre las flores se hallaba el genio del amor, esperando
que pasase por aquellos lugares algún hombre o
mujer en busca de la soledad. De repente se oye el crujir
de las hojas en el suelo y el genio ve que un joven estudiante
se aproxima al lugar...
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-Veo -se dijo
así mismo- que ese joven viene con los ojos llorosos y
el corazón partido en dos. ¡Qué lastima, no
lo podré hechizar!
El deprimido
jovencito pasó de largo y no vio al genio. Luego se detuvo
frente al río, que, silencioso como todas las noches,
absorbía en esos momentos los mágicos rayos de
luna. Contemplando las aguas, que llenas de luz de luna seguían
su curso hasta el mar, su ser interno le hizo llorar amargamente:
-¡Oh, Natalia, cómo te amo!
La madre
luna, esencia del romanticismo femenino, se compadeció
del pobre estudiante y vio que era de corazón puro y
de sentimientos verdaderos. Entonces envió un rayo de
su cuerpo, que, rebotando en las aguas y traspasando los verdes
ojos del efebo, se fue a quedar en una roca cubierta por un
verdoso musgo. Y apareció allí una jovencita...,
o sea, ella..., ¡no sabría como describírsela,
estimados lectores!
Cuando el
estudiante estaba a punto de entregar su hermoso cuerpo de seda
suave al río, una mano blanca y luminosa le sujetó
de los hombros.
-¿Adónde vas, oh dulce éxtasis de mi ser?
¿Acaso a entregar esa obra perfecta de la naturaleza
a los brazos de la descomposición y al infierno de tu
espíritu?
Nehíl,
el joven estudiante, volvió su exquisito rostro de juventud
encarnada y de virginidad de dioses hacia la hija menor de la
luna: Semila, recién aparecida.
-¿Quién eres, oh hija de la esencia femenina?
¿Una realidad o un sueño de carne y energía?
El genio,
que se hallaba en su flor de Marte, escuchaba esta conversación
por los oídos de su interno espíritu. Su mente
se alegró y lanzó un haz de amor a la pareja que
estaba junto al río... Semila entonces comenzó
a sentir un extraño calor que le nacía desde las
mejillas y le recorría el cuerpo, encendiéndola
suavemente. Su corazón quería devorarse así
mismo. Pero al mirar el cuerpo suave y perfecto de Nehíl,
ya que las hijas de la luna pueden ver a través de las
ropas, sintió que el fuego hacía explosión
en las aguas ardientes de su manantial.
Nehíl
olvidó su tristeza y el corazón le latió
tan fuerte que se escuchó hasta en la cama de los amantes
del Olimpo. Le latió tan fuerte, tan fuerte como la cumbre
de su volcán ardiente, desesperado de fuentes femeninas.
Entonces el aire brotó de sus gruesos y carnosos labios,
que exhalaron un suspiro que olía a sexo, semillas y
fusión de cuerpos
Las manos
guiaron al cuerpo mortal y perfectamente lampiño de Nehíl
al cuerpo suave y divino de Semila, quien separando sus piernas
esperaba la succión o la siembra de la semilla de olores
mezclados. La boca, las mil posiciones y el volcán Nehíl
entrando en todo aquel palacio de paredes blandas, manantial
bañado en miel que había en Semila... Entonces
se reventó el río y se eclipsó el frío
nocturno...
Cuando el
magma, que brotó a torrentes del mármol Nehíl,
llenó toda la fuente, e incluso las más recónditas
vertientes de Semila, ésta explotó en luz y en
lava blanca como nieve y espuma de mar, mientras él se
desmoronaba en la inconciencia.
Cuando Nehíl
despertó yacía dormido y desnudo sobre un lecho
de hojas secas en el bosque, y sobre él un cuerpo...
un cuerpo que él conocía mejor que nadie... ¡Su
propio cuerpo penetrado por su propio cuerpo! ¡Era él
mismo haciéndose el amor a sí mismo! El genio
era un demonio, el bosque se transformó en cristal y
Nehíl quedó unido para siempre a sí mismo,
con la lava emergiéndole a torrentes y la mirada puesta
en el infinito
La luna
brilla cerca del río, y sobre éste, sobre el mundo
en el bosque, el amanecer se acerca...
Yo que vengo
muy triste por haber sido traicionado por Camila, paso cerca
del genio y me dirijo al río... ¡Lloro amargamente...!
¡Lloré amargamente...! Pero cuando dejé
de llorar la vi a ella, ¡a Semila!
El genio
iba a lanzar su haz de amor y corrí hacia él.
Lo reventé entre mis manos y con su sangre verde y café,
que huele a manantial de niña de quince años recién
bañada después de la cópula, empapé
los labios de Semila. Luego, a patadas, la lancé al río
y le apreté el cuello mientras me miraba con sus mil
rostros de mujer y hombre... Pataleó y movió las
manos en el agua. Sólo su cuello y su cabeza sobresalían
mientras yo seguía apretando y escupiendo en su rostro:
-¡Yo no acepto esto... que mi hermana sea una ramera que
con las artes del engaño haya seducido y asesinado a
mi hijo!
Semila expiró
y se hizo rayo de luna que volvió a las alturas...
Yo seguí
mi camino... Mamá luna estaba enojada, pero dándome
un beso me hizo ver el universo a su lado... Entonces, convirtiéndome
en luz pálida dormí en sus brazos por una eternidad,
abrazando a otro pálido rayo de luz... mi hijo Nehíl...
Semila, en cambio, durmió con Diana, Sémele y
Artemisa en los ojos de la madre Luna...
El río
bebió la sangre del genio y el cristal explotó
en billones de lunas pequeñas que se insertaron en los
románticos corazones de solitarios poetas...
(San
José de Maipo, Viernes 20 de Junio de 2003)
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