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Por:
Juan Pablo Yañez Barrios.
Carmen
Barrios, más conocida en el Cajón del Maipo
como Doña Pita, vive en la vieja casona familiar
de San José, donde también funciona la oficina
de Dedal de Oro. Esta vez Doña Pita no nos va a cantar,
como suele hacer animando diversas fiestas de la región,
pues hoy quiere hablarnos de su padre, Eduardo Barrios,
Premio Nacional de Literatura y, hasta su muerte, distinguido
vecino del Cajón del Maipo.
Por
1920 mi papá llegó a San José
a reponerse de una enfermedad que lo tenía
mal. Mi mamá ya estaba embarazada de mí.
Aquí se enamoró del lugar y decidió
comprar la casa, que estaba recién empezando
a ser construida, y tiempo después compró
también el fundo Lagunillas. Yo nací
al año siguiente, y comenzamos a venir durante
los veranos, desde la Pascua hasta pasada la Semana
Santa, que era la fecha en que se hacían los
rodeos en Lagunillas. La familia entera veraneaba
aquí, y los niños siempre llegábamos
a Santiago varios días atrasados al colegio.
También veníamos en septiembre, para
los días del 18, y por esas fechas era tradición
pintar la fachada de la casa para que se viera bonita.
Una vez mi papá la hizo pintar de blanco, a
la cal, con negro abajo, con las ventanas de madera
verde y amarillo oro. Contrató gente y salía
a ver cómo iba quedando. A la mañana
siguiente amaneció precioso, el cielo azul,
y mi papá se levantó feliz a mirar la
casa recién pintada, la cal ya seca, y salió
vestido de huaso y se llevó la sorpresa de
que en el muro más grande habían escrito
en negro, con carbón: “pico”. Primero
se enfureció, pero le duró poco, porque
de repente le dio un ataque de risa, nos llamó
para que miráramos y lo dejó así,
ya que era tradición chilena. Nos reímos
mucho.
Mi
papá, en los días de Semana Santa, acostumbraba
a recorrer a caballo la zona. Iba a Baños Colina,
Baños Morales, el Alfalfal, etc., y llevaba
mulas cargadas con víveres y cosas para acampar,
acompañado de campesinos. Me acuerdo de Don
Estanislao Calderón, que era muy mayor, muy
imaginativo, muy entretenido. Contaba historias de
aparecidos y leyendas del Cajón del Maipo.
En esos tiempos mi papá escribía en
los diarios “Las Últimas Noticias”
y “El Mercurio”, y en un artículo
puso que en sus viajes a las termas conversaba mucho
con un oriundo del Cajón que era muy imaginativo,
y también “algo mentiroso”. Esto
lo supo Don Estanislao, y al próximo año,
cuando
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volvieron
a acampar, Don Estanislao dijo que esa noche cocinaría
él, y después le sirvió una sopa especial
a mi papá. Resulta que a Don Estanislao no le había
gustado que hubiera dicho que era mentiroso, así que
en la sopa echó el artículo escrito por mi papá
en forma de papel picado. Mi papá ya se había
tomado su buen poco antes de darse cuenta. Y así se vengó
Don Estanislao, muerto de risa. Decía: Me vengué
del “jutre”, se comió casi toda la sopa.
Aquí
mi padre tuvo criadero de aves, crió perros bravos,
tenía sus caballos. El gran potro de Lagunillas se
llamaba el Clarión, era muy chúcaro, pero recibía
los terrones de azúcar de la mano de mi papá.
Y a mi mamá le encantaba dedicarse a hacer dulces de
todas las frutas que se daban aquí en la quinta. También
hacía duraznos en almíbar y en aguardiente.
Lo que más me gustaba a mí y a mis hermanas
era cuando hacía manjar blanco. Después, siempre
nos peleábamos el pegado de la olla. También
recuerdo que tomábamos del llamado mate de cedrón
con leche y azúcar quemada, que era un preparado que
les gustaba mucho a los campesinos de la zona. Y no olvido
los velorios de los niños, “los angelitos”.
Las guaguas estaban pintadas y llenas de flores de papel.
Una vez
mi papá le regaló al cuidador una vitrola con
manivela. A mí me gustaba El sueño chino, un
disco de la casa, y mi papá se lo regaló junto
con la vitrola. Me enojé mucho, pero el cuidador nos
ponía música y nosotras bailábamos, y
una vez le dijimos a mi papá que tenía que bailar
con nosotras, y bailaba pésimo, se movía como
si se hubiera hecho caca. Por Dios que nos reíamos.
La calle,
que ahora está pavimentada y llena de autos, era de
tierra y pasaban caballos y ovejas. Frente a toda la casa
había una vara para amarrar los caballos. Los niños
salíamos a jugar a la vara, y nos reíamos de
un gran personaje que vivía al frente, la abuela de
nuestro ex cartero Bernardo, que era muy garabatera. Se enojaba
y decía cualquier clase de garabatos. Salía
a la calle con un pañuelo amarrado a la cabeza y gritaba
con voz estridente tiqui tiqui tiqui tiqui tiqui tiqui y llegaban
todas las gallinas del cerro a comer. Jugando, también
imitábamos a la señora Juanita, que andaba a
caballo sentada de lado vestida con ropón y con una
guagua en brazos. Cada año con una guagua distinta,
yo no sé cuántas guaguas tuvo. La imitábamos
y hacíamos una montura en una parra en forma de asiento
y yo me ponía tardes enteras a andar a caballo en la
parra con una muñeca en los brazos, como la señora
Juanita Mardones. Los Mardones eran un montón. También
íbamos a donde Don Angel Astorga, el papá de
la Margarita, de la verdulería, y abuelo de Adolfo.
Íbamos a La Canchilla a tomar leche al pie de la vaca.
Era pésima, pero nos hacían tomar porque según
toda la gente era una maravilla tomar leche al pie de la vaca.
Tenían una vaca especial para nosotras cuando éramos
chicas.
A mi papá
una vez le bajó la idea de que había un entierro
por aquí en uno de los cerros. Empezó a hacer
excavaciones y después de un tiempo encontraron unas
vasijas y otras cosas, entonces pensó que después
tendría que venir el tesoro, oro, joyas, que debían
haber enterrado los españoles. Y llegó a la
casa con la buena noticia y todos nos sentíamos millonarios
ya. Así que empezamos a quemar todas las sillas viejas
y otras cosas malas en una fogata enorme, porque íbamos
a comprar todo nuevo. Pero nunca más se encontró
nada más, nunca más se supo del entierro.
Nosotros
los niños lo pasábamos estupendo, Angélica,
Gracia y yo, las tres hermanas. Mucho de la vida de mi papá
pasó en esta casa, como el nacimiento de Angélica,
la menor, y la redacción de la novela Los Hombres del
hombre. Y hoy, la casa sigue aquí, es lo más
mío que tengo, toda una vida. Dos de mis hijos viven
también aquí, y uno de ellos es el director
de esta revista Dedal de Oro, el que me pidió que recordara
estas cosas.

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