Recuerdo
ese 11 de septiembre de 1973. Es un recuerdo patético,
opaco. Viviendo experiencias así, el mundo humano,
lo cotidiano, muestra una cara atroz, una verdad implacable:
la obra de nosotros los seres humanos. Desde que el
hombre es hombre ha matado, torturado, violado. Quizás
sea eso lo que nos distingue más claramente del
animal: ellos matan para comer, nosotros para ofender;
ellos matan para seguir siendo, nosotros para satisfacer
ambición y codicia.
En el golpe
de estado de 1973 se enfrentaron dos bandos. Uno,
la izquierda, tramaba y tejía desde el poder
civil del gobierno. El otro, la derecha, tramaba y
tejía desde el poder económico y los
cuarteles militares. Lógicamente venció
la derecha, porque ahí estaban las armas. En
nuestro mundo todos traman, todos tejen: se trama
y se teje violencia.
Hoy
día, en el mundo, el marxismo ha desaparecido
o está en vías de desaparecer. Una ideología
que nace y se propaga con ideales de justicia y solidaridad,
agoniza ahogada en la propia corrupción de sus
dirigencias burocráticas y
dictatoriales.
Los pocos países llamados socialistas que aún
quedan, sobreviven bajo el lema del culto a una persona,
o,
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En
el más profundo invierno me di cuenta de que
en mi hay un verano invencible (Albert Camus)
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más justamente dicho, a un dictador. Así no
se construye igualdad, ni tampoco puede haber de esta manera
un verdadero respeto por el pueblo. Esta palabra “pueblo”
pasa a ser una palabra de demagogia, así como la palabra
libertad.
Y en el capitalismo,
¿qué es libertad, igualdad, respeto? El neoliberalismo,
modelo económico en nuestro país, triunfante
después de la derrota de la izquierda, funciona en
base a un egoísmo enfermizo, una competencia despiadada
y un consumismo denigrante. La libertad se convierte en
delincuencia a raíz de la falta de igualdad y respeto
entre unos y otros. Cada cual lucha sólo por sus
pedazos, que a algunos les sirven para vivir en la opulencia
y a otros para morir en la miseria.
¿Qué
queda? Al menos, y nada menos, que la posibilidad de tener
una utopía, una estrella guía personal que
dirija hacia el cambio de la propia conciencia por una senda
de solidaridad, tolerancia, creatividad y verdadera libertad;
es decir, una senda humanista. Cada uno de nosotros puede
hacer germinar en su mente esa semilla humana, que sirva
para ponerle freno, al menos en el plano personal, al desenfreno
de la libre competencia, que sólo puede ser constructiva
cuando es practicada con respeto por lo demás y amor
hacia el prójimo.
Primero tiene
que cambiar la persona, luego la sociedad. Entonces se erradicará
la brutalidad y será posible toda revolución
humanista, que conduzca a que cada cual sea verdaderamente
humano en cada terreno que pisa: el laboral, el cultural
y el social. Valores y principios que guíen hacia
un cambio así es el mejor horizonte que podemos construir.
Es cierto que
una utopía, utopía es, y que por eso jamás
se podrá concretar en la realidad; pero también
es cierto que ella puede marcar el sendero hacia una conducta
amable, es decir, una conducta humana digna de ser amada,
en la que la gente viva en confianza y mutuo respeto bajo
el sello de la tolerancia entre las diferentes ideas, ya
sean políticas, religiosas, morales y culturales
en general.
Construirse
personalmente una utopía guía es responsabilidad
de cada cual. Construirse esa utopía significa pensar
en forma realmente humanista, la mejor herencia que podemos
darles a nuestros hijos y al porvenir de nuestro mundo humano.