El
replicar del céntrico Top-less marca acompasado
ding-dong. El ligero frío del atardecer de
agosto cambia en un calorcillo bochornoso, mezcla
de ambiente tolerante y excitación. Me dispongo
a ver la calidad y cantidad cuando asoman las danzantes.
Una por una se muestran en el escenario, muñecas
de color de ébano, como Sandra, hasta blondas
como Albión. El anunciador, un tipo mofletudo
y de mirada boba, señala: “¡Señores,
Sandra!”. Aparece la belleza negra, poco a poco
se despoja de su mínimo vestido dejando ver
su físico excepcional, algo incomparable, deseable
al máximo, como señala sir Patrick con
sus ojillos abiertos y mordaces. Enrique mira con
tranquilidad contenida y un dejo de sonrisa que le
caracteriza cuando algo le gusta. El Maestro se mantiene
imperturbable, dueño del gran show. Sorbo el
café, frenesí, y de improviso siento
palabras lejanas: Kali-Kali. ¡Diantres!, señalo,
pero el nombre se repite retumbando en mi cerebro.
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Sudo.
Sandra
se retira ovacionada por el público. Se anuncia a Albión.
Blanca cual mármol lanza sus destellos físicos
que provocan frenesí. Intento concentrarme. No lo logro.
La sacerdotisa Albión inicia la ceremonia. Conduce
a un prisionero. La multitud replica ¡Kali-Kali!. Los
pañuelos rojos cubren los cuellos, símbolos
de la devoción. La mano bella y larga de Albión,
cual sinfonía de lo inerte, se extiende poderosa arrebatando
el corazón de la víctima... ¡Oh...! Me
recuerda a aquel simplón del anunciador. ¡Demonios!
Quiero exhalar alguna palabra pero no puedo. Retumba ahora
lejano ¡Kali-Kali!. Despierto.
Ángela
danza frenética. Su belleza codiciosa enardece el lugar.
Tomo otro sorbo de café. Observo a Enrique, al Maestro
y a Sir Patrick, que aplauden fervorosos. Se desdibuja todo
como en un gigantesco mosaico de relojería repetido.
Todo vuelve.
El
musgo semi verdoso trepa húmedo dibujando surcos enigmáticos
en las paredes de la caverna, que emana perfumes afrodisíacos
que se transforman en viejos cristales donde se contemplan
cientos de bellezas en poses lascivas. Sobre todas, ella,
que aparece imperturbable, provocando deseos de posesión
irrepetible.
Parezco
reventar. Suena Kali-Kali. Albión levanta la mano y
sus ojos resplandecen oscuros y bellos en la inmensidad lejana
del tiempo.
Reaparecen
las formas del Top-less, y el resto del café. La hermosa
danzante se retira, me lanza un pañuelo rojo que cae
cercano deshojándose a mis pies. El Maestro lo alcanza
y devuelve al escenario. Logro a duras penas componerme y
acompaño los rabiosos aplausos de Enrique y Sir Patrick.
Me levanto. El show ha terminado. Al salir, albión
me mira y sonriendo me dice casi en secreto: ¡Kali-Kali...!
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