unos
20 estudiantes veinteañeros; la mayoría ya asociados
a algún laboratorio prestos a comenzar sus proyectos
de tesis.
Partimos ese
día primaveral en las camionetas de la Facultad de
Ciencias alegremente contando chistes a nuestra excursión.
Nos detuvimos en algunos lugares conspicuos para observar
las poblaciones de dedales de oro; los cambios de colores
de las plantas que podrían indicar mutaciones; manchones
de inusuales colores dentro de otros fascinantes colores;
distribución poblacional; saltos de un lugar a otro,
etc. Tomamos notas, fotografías, recolectamos algún
espécimen. Estábamos en un magnífico
Laboratorio de Poblaciones Biológicas cuyo experimento
llevaba más de 70 años; un anfiteatro de la
evolución.
Volvíamos
cuando hicimos la última y fatídica parada
en Guayacán a realizar las últimas observaciones
en terreno. Estábamos dispersos en grupos cuando
nos dimos cuenta que nos rodeaban militares con sus fusiles.
Nadie entendía nada, menos aún los que estaban
más lejos cuando les llamaban. Fuimos conducidos
al interior del regimiento y formamos una fila; ahí
nos dimos cuenta que era un regimiento femenino y más
de alguno no pudo evitar "hacerle ojitos" a alguna
de estas atractivas amazonas.
La cosa se puso
seria cuando apareció gente de civil, con lentes
y el pelo muy corto y nos subieron a un bus. Tengamos en
cuenta que estábamos en pleno gobierno militar. Así
supimos que éramos acusados de asalto a regimiento
femenino o algo parecido y nos llevaban a los calabozos
de la subcomisaría de San José de Maipo. En
la guardia dejamos nuestras pertenencias. Muchas risas causó
cuando comencé a sacar de mis bolsillos cajetillas
y cajetillas de unos cigarros negros llamados Robert Burns
que hace poco había descubierto y de los que ese
mismo día había comprado una buena provisión
en el único sitio de Santiago que los vendía.
La comisaría se inundó de las carcajadas de
Michel, que acostumbraba reírse como de borbotones,
con una risa grande, amplia, estridente, muy alegre y contagiosa,
única y reconocible a mucha distancia. De más
está decir que nunca más quise fumarlos.
Un calabozo para
las mujeres y otro para los varones. El típico de
comisaría, pequeño con una abertura por ventana.
Todos de pie, rápidamente nos pusimos a contar chistes
para entretenernos en esos nerviosos momentos, mientras
especulábamos si seríamos acusados de sátiros
o faunos por asaltar un regimiento lleno de mujeres. Uno
de nosotros contaba unos chistes muy fomes pero con una
gracia tal que terminábamos llorando de la risa.
La comisaría volvía a sacudirse con la estruendosa
risa de Michel y de todos nosotros, hasta que vino un carabinero
a decirnos que no podíamos estar riéndonos
así, que estábamos detenidos por un delito
grave y que el oficial estaba molesto con tanta risa. Nobleza
obliga a decir que fuimos bien tratados en los calabozos.
Mientras tanto,
algo divisábamos o escuchábamos desde nuestro
encierro. Un oficial sentado prestaba gran atención
y trataba de escribir en un gran libro las explicaciones
del Dr. Maturana que en su acostumbrado tono humilde y pedagógico
le decía más o menos así: "Somos
universitarios que estamos en una excursión del curso
de Evolución. La Evolución estudia la deriva
de la ontogenia en la filogenia.... La deriva evolutiva
de la organización compuesta por organismo y medio
ambiente, ya que el organismo siempre está adaptado
al ambiente, no hay cambios adaptativos, lo que evoluciona
y deriva en el tiempo es la organización organismo-medio
ambiente..."
Finalmente, algunos
llamados del decano (algunos dicen que llamó el rector)
permitieron que fuéramos liberados en libertad condicional
y pudiéramos regresar a nuestra amada facultad. Aunque
firmé el libro de la comisaría, no pude detenerme
a leer cómo el oficial de guardia resumió
las explicaciones del profesor Maturana.
Así
fue como la evolución estuvo detenida una tarde en
el Cajón del Maipo, y también el porqué
de los dedales de oro en la línea del tren.