“
No llores madre de las estrellas nacientes,
que tu consuelo se vuelve carne en las montañas,
no mueras olvidada y consumida por tu propia tristeza,
porque la vida se esfuma en cada sonido de noche,
nunca volverán y nunca más los tendrás,
madre Isidora olvídate de las luces cegadoras de la
fama,
esa falsa fama del dinero y el mentir para ganarlo,
pero acuérdate de sangrar el cordero nocturno allá
en tu fría cumbre...”
(Francisco Javier Bécquer)
En el Cajón del Maipo, cuando se habla de leyendas,
se las relaciona de inmediato con historias fantásticas
y tremebundas, con personajes infaltables, como la
Llorona, el diablo, los duendes, etc. Pero también
hay leyendas muy hermosas, algunas tristes y otras
impregnadas de romanticismo.
Hace tiempo,
una hermosa mujer, madre de dos hijos, se fue a vivir
a lo que hoy se conoce como el cerro “La Isidora”.
Las malas lenguas (infaltables en toda época)
cuentan que era una mujer loca, que había sufrido
mucho por la muerte de su marido, al que nunca olvidó.
Las gentes decían que se amaron mucho y que,
debido a ese amor, él había muerto asesinado
por un primo celoso de ella, Isidora, que era el nombre
de la mujer. Más tarde aquel desgraciado intruso,
causa del infortunio de Isidora, tan hermosa como
la luna llena en una noche estrellada, se suicidó
lanzándose al río una noche de San Juan.
Isidora
era una mujer bellísima, que gustaba cantar
en las noches de verano. Pero todo cambió cuando
su amado se fue en brazos de la muerte forzada, aquella
muerte detestada por todos. Después de esto,
Isidora tomó a sus dos pequeños
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LA
ISIDORA POCO ANTES DE QUE SE ENTRE EL SOL
LA
ISIDORA, EL SOL ACABA DE ENTRARSE. |
hijos y se
fue con ellos al cerro que hoy lleva su nombre, en San José
de Maipo. Cuando pasó por el pueblo casi nadie se fijó
en ella, era una extraña más que llegaba a este
valle que oculta misterios y romances malditos. Esta claro,
también, que nadie entendía el porqué de
vivir en el cerro, sola y con sus hijos. Algunos lo asimilaban
a la supuesta locura de esta mujer, pero otros decían
que practicaba la magia negra, como ha sido muy común
desde siempre en algunas mujeres del Cajón del Maipo.
Pasó
el tiempo y los hijos de Isidora crecieron, y un día
decidieron marcharse para probar fortuna en el pueblo o irse
a la capital. Isidora se entristeció mucho, pero aceptó
que sus retoños se lanzasen a la vida. Ellos prometieron
volver, una y otra vez le dijeron que regresarían para
llevársela a un lugar muy hermoso. Por eso cada atardecer,
asomada sobre unos riscos, Isidora salía a ver si sus
hijos venían. Pero estos nunca regresaron.
La
vida se acabó para esta mujer, las lágrimas
brotaron sin cesar una y otra vez de sus ojos melancólicos,
los pasos comenzaron a decaer, el cabello se volvió
blanco como la nieve y las arrugas se hicieron presentes.
Por último, Isidora murió de pena en una noche
de Luna.
Los
hijos no volvieron, se olvidaron de la madre e hicieron fortuna
en el norte. Pero uno de ellos, muchos años después
regresó. Vino a estas tierras y fue al cerro, buscó
el lugar donde habían vivido y encontró los
huesos de su madre. Les dio sepultura y se marchó sin
decir palabra. Pero a pesar de esto, por la ingratitud de
los hijos y la promesa no cumplida, el alma de Isidora comenzó
a vagar por aquel cerro, llorando por ellos. Hasta el día
de hoy aún se puede sentir el triste gemido de Isidora
por las quebradas. Este llanto no es como el llanto de la
Llorona, es melancólico y dulce a la vez, no daña
a nadie. Es el llanto de una alma que no descansa en paz,
porque aún no encuentra la luz de sus ojos, sus hijos...
La
belleza de la dama de luna, abandonada por sus hijos, me ha
dejado con ganas de buscar las gélidas rocas del planeta
marte en la noche moribunda de gemidos. He buscado mil veces
su espíritu que llora la vida extinguida, y las sombras
de otros inertes me han obstaculizado el paso hacia el sendero
de la madre perdida por sus hijos en los brazos de la muerte.
Esos
imbéciles se han burlado de la creadora de lo creado,
dejando para ellos sólo a su machista, colérico
y castigador Yahvé reinando sobre el vientre del mundo.
Yo no creo en ese dios que desecha su lado femenino como un
pecado, no creo en el machismo ni en el pecado, no creo en
nada de lo que el hombre ha creado a raíz de ese genocida
de los tiempos bíblicos...
Yo
sólo creo en la madre luna que me cobija en sus brazos.
Hija ella del verdadero Dios, que es madre y padre, esencia
infinita y universo, amor verdadero no sujeto a dogmas y religiones
jerárquicas que oprimen al hombre. Por eso, madre Isidora,
voy por ti, hija de la luna, hembra infinita del todo universal.
Dejaré los prejuicios de la religión, para hacerme
tu hijo que nace nuevamente a la verdad, ese hijo que vuelve
desde las estrellas.
Madre
bendita Isidora, el sol dejara de quemarte los ojos mientras
esperas que los ingratos vuelvan hacia ti. Más no te
preocupes. La noche derramará junto a ti las lágrimas
de la luna, que, emocionada por tu amor, llegará hasta
el río, para lavarse su rostro manchado por la ingratitud
de los hombres...
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