A pesar
de las posibles calamidades que nos pueda tocar vivir, tener
una vida menos o más feliz depende en gran medida
de uno mismo. El pensamiento, que es la cualidad que alimenta
la voluntad, nos permite reflexionar, tomar decisiones y
figurarnos imágenes y situaciones útiles para
una vida feliz o, al menos, llevadera.
Pero,
¿qué es felicidad? ¿Por qué
hay algunos que parecen tenerlo todo -dinero, salud y amor-
y no obstante terminan suicidándose? ¿Y por
qué hay otros que parecen vivir en la adversidad,
con limitaciones físicas, desgracias familiares,
pobreza, una mala sombra que siempre los persigue, y sin
embargo viven en paz consigo mismos y con los demás?
La única respuesta es reconocer que se trata de un
problema de conciencia, de menor o mayor lucidez para aprehender
las cosas de la vida. La capacidad de ser feliz de aquel
que comprende el sentido de existir, aunque su vida esté
marcada por dificultades, es infinitamente mayor que la
de aquel otro que es incapaz de reconocer el sentido de
esas dificultades y que, hundiéndose en la desconsolación,
culpa sólo a la “mala suerte”.
Se
trata de tener la voluntad de ser feliz. La vida es dura,
de modo que aun con la ayuda de toda la gama de ofrecimientos
diversos para superarse, tanto tradicionales como alternativos,
se suele caer en la desesperanza. Siendo así, hay
que tener siempre presente que el mundo se mueve a través
de energías, y que las energías del pensamiento
son activas y definitorias. Mientras se puedan crear energías
bienhechoras y moverlas más o menos a voluntad, el
horizonte será mucho más amplio.
En
estos días nos toca vivir una época que deja
mucho por desear. Henos aquí con el fantasma de una
reciente guerra en el planeta, henos aquí con un
sintomático estancamiento económico en el
país y con esa consabida lucha politiquera -no política-
que sólo logra paralizar las energías bienhechoras.
En este difícil escenario debemos luchar, individualmente,
para seguir adelante. ¿Qué hacer?
Se
trata de desarrollarse personalmente. Los seres humanos
somos diversos, cada cual sigue su camino, pero esos múltiples
caminos conducen a un mismo destino: la autosuperación.
El concepto de ser “uno mismo” debe ser entendido
como el despertar hacia la conciencia de que, como individuos,
pertenecemos a un cuerpo universal, y que en la medida que
cada partecita de ese cuerpo mejore, mejorará al
organismo entero: la humanidad. La responsabilidad personal,
por eso, es enorme, tan enorme como la tarea de alcanzar
la voluntad de despertar, de comenzar a despertar aunque
sea abriendo sólo un ojo -que ya se abrirán
los dos-, de evolucionar hacia el reconocimiento de lo absoluto
que significa ser un individuo. Ojo con eso.