La
mujer es el ser destinado a perpetuar a la especie humana.
El don de ser madre no significa sólo tener un
cuerpo capaz de traer al mundo a otros seres humanos,
sino también la capacidad de saber guiarlos en
sus primeros pasos por la vida. La experiencia de crianza
va despertando la intuición femenina, lo que
contribuye tanto a la protección de los hijos
como al propio desarrollo como persona.
Ser
madre implica uno de los aprendizajes más intensos
de la vida. La mujer, al criar a sus hijos, cumple un
rol doble: aprende a enseñar y aprende a crecer.
El amor que ella desarrolla en esta experiencia le es
útil por el resto de su vida, es parte de su
formación definitiva.
La
madre suele estar sola y suele recibir sólo exigencias.
Es difícil encontrar un hombre que sepa realmente
acompañarla, pues, en nuestra cultura, para él
es denigrante desarrollar su aspecto femenino. El padre,
más que nada, se encarga de exigir y exigir.
Y el medio social también exige. Nuestro sistema
de vida interviene con reglas que dictan cómo
educar para que las cosas resulten lo más convenientes
posible. Pero, ¿convenientes para qué?
¿Quizás para cumplir con las pautas de
conducta que exige el medio? No se puede obviar el hecho
de que cada niño, cada ser humano, tiene una
forma diferente de ser.
¿Cómo
educar, pues, si la propia madre suele estar desorientada
en medio de las exigencias? En la respuesta hay dos
claves: conocimiento e intuición. Cuando no se
sabe qué hacer, hay que dejar que surja la intuición
femenina, que, sin embargo, no consiste en actuar en
forma irreflexiva, sino en dar con la acción
adecuada para la mejor salida en un momento dado.
Educar
bien exige mucha sinceridad. Vicki Noble, escritora
y curadora, cuenta en su libro El poder Natural de la
Mujer sobre cómo habló con sus hijas cuando
se dio cuenta de que tenía poca idea de cómo
criarlas:
Les
dije que no tenía la menor idea de cómo
hacerlo y que los métodos que me señalaba
la cultura no me atraían. Les dije que la cultura
deseaba que las controlara y socializara