"Su
canto es una melodía maldita que resonará en
tus oídos allá en el infierno de tu alma,
cuidado con ese canto que anuncia lo que no se puede evitar..."
(Francisco Javier Bécquer).
Hay
una historia que escuché hace mucho tiempo, cuando
era niño, pero no le di importancia, ni la creí,
hasta que un día todo cambió. Corría
el año 1800 en "La Villa de San José".
Se rumoreaba en el pueblo que, en los cerros de lo que
hoy se conoce como el pueblito de El Melocotón,
vivía una mujer que practicaba la magia negra
y que maldecía a las personas.
En
ese poblado había tres fundos, los cuales pertenecían
a españoles que vivían allí con sus
trabajadores. Llegó un año en que la cosecha
de fruta estuvo mala y no hubo ganancias. Los peones,
atemorizados, culparon a la mujer del cerro de todo lo
que les estaba pasando, y también de las enfermedades
que se estaban expandiendo velozmente entre
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todos
los peones y sus familias. Los dueños de estos fundos
se marcharon dejando a su suerte a los que quedaron allí
sufriendo las maldiciones de la mujer, que no descansaba a ninguna
hora de hacer daño a la gente.
Después
de tres años de malvivir llegó a esas tierras
un inquisidor, como lo bautizaron los habitantes de la villa
San José. Era un joven estudiante de teología
que estaba algo chiflado, quien, al escuchar la historia de
la bruja de los cerros que había provocado tantas muertes,
se enfureció y exclamó: "¡En nombre
de la santa iglesia y de la inquisición acabaré
con ese engendro de Satanás!"
MUn
día la mujer bajó de los cerros y robó
animales para llevárselos a su cueva, entre los cuales
había un gallo negro con el que ella pretendía
hacer un rito extraño. A su regreso se encontró
con el aspirante a sacerdote, quien la mató rociándola
con brea y prendiéndole fuego. -
¡Nunca más podrás seguir maldiciendo, bruja!
- ¡Pero sí ese gallo! -exclamó ella moribunda-
Quien lo escuche cantar morirá, y también el que
lo mire.
Al
tiempo, el joven estudiante se fue al seminario, pero murió
antes de llegar a su destino. Del gallo dicen que es inmortal
y que siempre canta de noche las desgracias y los malos acontecimientos,
como un maldito oráculo de la muerte. También
cuentan que hay personas de Melocotón que han escuchado
ese canto a la medianoche, y que al poco tiempo han muerto,
víctimas de cualquier enfermedad o accidente. El canto
de este gallo no deja indiferente a nadie que lo oiga y puede
hacer temblar hasta al más valiente de los hombres. Yo
mismo pude comprobar su efecto aterrador aquel día en
que cambió mi opinión con respecto a esta historia.
Era una noche oscura y tétrica y los perros aullaban
lastimeramente. Un peón, mi hermano y yo, salimos de
la parcela a buscar unas vacas para guardarlas en el establo.
De repente el peón nos hizo callar y nos dimos cuenta
de que los perros ya no aullaban. Se escuchó entonces
el canto de un gallo. El tono de ese canto era como el de una
viola y un violín desafinados sonando al mismo tiempo.
Al escucharlo, corrimos hacia la casa y esperamos a que cesara
el canto infernal. Luego, el hombre nos contó la historia
de este gallo maldito.
Tiempo
después, cuando crecí un poco y ya no vivía
en El Melocotón, fui con unos amigos a acampar en un
cerro de la zona. Era un martes, y a medianoche nos despertó
el horrendo canto de este gallo, una sinfonía desafinada
y horrible. No era un canto cualquiera. Eran más bien
los gritos de la bruja mezclados con el sonido que emitía
esa maldita e inmortal criatura. Eran violines, muerte, dolor
de oídos, miedo y locura...
La noche me envolvió con su manto de madre, lloré
a las estrellas y ellas me consolaron con sus ojos de plata.
Busqué en todo el valle nocturno donde dejar mis huesos
descansar, mas el canto del violín hecho pedazos desafinó
mi locura. El gallo había cantado y yo moría una
y otra vez en las montañas de sangre y carne, luchando
por descubrir de dónde provenía el sonido sepulcral
de aquel desconsolado, maldito e inmortal animal, condenado
a cantar el fantástico preludio de la muerte. Mas te
canto ave de la noche, para que en tu desconsuelo generoso cantes
para mí, como mi madre solía hacerlo en los recuerdos
del viejo mundo y de las eras pasadas...
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